La presión mediática aumentó y la policía amplió el radio de búsqueda. Por primera vez surgió una teoría que hasta entonces parecía impensable: que otra persona estuviera involucrada.
Y esa teoría se reforzó cuando, al final del día, un rescatista encontró una cuerda moderna y relativamente nueva, que no pertenecía ni a Julián, ni a Clara, ni a los equipos que trabajaban en la zona.
—Alguien estuvo aquí —dijo Morel, mirando la montaña como si pudiera responderle.
Pero la montaña siguió en silencio.
Lo que encontraron al día siguiente, sin embargo, hablaría por ella.
La tercera jornada de búsqueda fue decisiva. Se amplió la exploración hacia la zona superior de la grieta, donde la roca formaba una especie de corredor vertical lleno de salientes y pequeñas plataformas. Según los expertos, una persona podría haberse desplazado por allí con dificultad… pero no una niña de nueve años sola.
A veinte metros de la cavidad encontraron indicios de actividad humana reciente: huellas ligeras, como de alguien que se apoyó con la punta de los pies para ascender. Lo extraño era que parecían demasiado recientes para corresponder a la época de la desaparición.
La clave llegó cuando uno de los rescatistas halló, entre piedras sueltas, un colgante metálico en forma de estrella. La familia confirmó de inmediato que pertenecía a Clara. Era su amuleto favorito, el que llevaba desde los cinco años.