Padre e hija desaparecidos en los Pirineos: cinco años después, unos senderistas descubren lo que estaba oculto en una grieta

La teoría encajaba con algo que siempre había inquietado a la familia: Julián era un senderista experimentado. No era lógico que hubiera desaparecido en un recorrido de dificultad media. Pero si había elegido un camino alternativo por algún motivo, quizá para refugiarse de una tormenta repentina, tendría sentido que intentara orientarse con señales.

Tres metros más abajo hallaron la segunda pista: un pequeño envoltorio metálico, con fecha de caducidad de dos años después de la desaparición. Aquello los dejó perplejos. Parecía indicar que alguien —no necesariamente Julián— había llevado comida allí después del año 2020.

—¿Es posible que alguien haya usado esta grieta como escondite? —preguntó uno de los técnicos.

—O que alguien haya encontrado a Julián y Clara —respondió Morel—. Y que no avisara.

El descenso se volvió más difícil a partir de ese punto. La grieta se ensanchó hacia un lateral, formando una cavidad irregular. Al iluminar la zona, vieron lo que parecía ser un pequeño campamento improvisado: restos de una manta térmica, una lata vacía, una cuerda corta y, en el fondo, un cuaderno parcialmente empapado.

Morel lo abrió con cuidado. Muchas páginas estaban ilegibles, pero algunas palabras se distinguían: “no sube”, “esperar”, “herida”, “escuchamos voces”. No había nombres, pero la letra parecía de Julián.

La frase más inquietante apareció en una página intermedia:

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