Por favor, no me lastimes. No puedo caminar”, suplicó Laío. Entonces el padre soltero cambió todo. “Por favor, no me lastimes. No puedo caminar. Ya me quitaron todo.” La voz de Valentina se quebró mientras arrastraba su cuerpo contra la pared de ladrillo, sus manos temblando al intentar protegerse de la figura que se acercaba en la lluvia. “Señora, cálmese. No voy a hacerle daño. ” Diego levantó ambas manos deteniéndose a 2 metros de distancia. La mujer frente a él lucía aterrorizada, su traje ejecutivo empapado y sucio, un tacón roto colgando de su pie.
No, no puedo ver. Valentina parpadeó frenéticamente, la lluvia mezclándose con sus lágrimas. Me quitaron los lentes. Por favor, papá, está llorando. La vocecita de Sofía atravesó el sonido de la tormenta desde la entrada del callejón. Quédate ahí, mi amor. Llama al 911. Valentina se encogió más al escuchar la palabra policía. Su tobillo palpitaba con un dolor que la mareaba. 30 minutos antes era Valentina Herrera, CEO de farmacéutica azteca. Ahora era solo una mujer rota en un callejón rogando piedad a un desconocido.
Me llamo Diego, soy guardia de seguridad. Slowly se quitó su chamarra. Solo quiero ayudarla. No me toque. No la voy a tocar. Solo voy a poner esto sobre usted. Está helando. La chamarra cayó suavemente sobre sus hombros. Olía a jabón barato y café. Olía a seguridad. Me asaltaron. Las palabras salieron entre soyosos. Tres hombres. Me empujaron. Mi tobillo. Ya pasó. Está a salvo ahora. No entiendes. Mañana tengo qué. Se detuvo. ¿Qué importaba la junta directiva cuando ni siquiera podía ponerse de pie?
Papá, dice el señor del teléfono que en 15 minutos llega la ambulancia. Bien hecho, Sofía. Ahora necesito que me traigas el paraguas del carro. Valentina intentó enfocar al hombre frente a ella, solo distinguía una silueta borrosa, pero su voz era calmada, paternal. No como Rodrigo que gritaba, no como los hombres del consejo que amenazaban, solo calmada. Tengo que irme. Intentó levantarse y un grito se escapó de su garganta cuando su tobillo cedió. No puede caminar con ese tobillo.
No puedes entender si me ven así. La humillación quemaba más que el dolor. Valentina Herrera no pedía ayuda. Valentina Herrera no lloraba en callejones. Aquí está papá. Sofía apareció con un paraguas rojo, sus ojos enormes mirando a la mujer herida. Gracias, princesa. ¿Por qué no le dices a la señora cómo te llamas? Me llamo Sofía. Tengo 7 años. ¿Por qué está llorando? Porque le duele el pie, mi amor. Cuando me duele algo, papá me canta. ¿Quiere que le cante?