“NO ENTRES A LA CASA, TU NOVIA TE TENDIÓ UNA TRAMPA” — GRITÓ EL NIÑO POBRE AL MILLONARIO…

—¿Es su hijo? —preguntó una vez.

—Era —corrigió Julián, con la voz trabada.

A veces, Mateo se revolvía entre pesadillas, murmurando cosas sobre gas, fuego, casas que respiran humo. Decía que soñaba cosas que luego pasaban, o que ya habían pasado pero de otra forma. Julián no sabía si creerle, pero esas palabras empezaban a resonar con algo que él llevaba enterrado: la noche del incendio donde perdió a su hijo, achacado a un “corto circuito” que nunca terminó de entender.

Mientras tanto, el ambiente con Verónica se enrarecía. Cada vez que veía al niño, su sonrisa se hacía más dura. Julián la observaba de reojo. Recordaba detalles que antes ignoraba: llamadas que cortaba al verlo, cambios de personal sin explicaciones, insistencia en controlar el mantenimiento de la casa.

Un día, Mateo la escuchó hablando a puerta entreabierta con un hombre al que reconoció por la voz: Ramiro Fuentes, socio de Julián.

—No debiste venir —decía ella en voz baja—. Si él sospecha…

—Tranquila —respondía Ramiro—. Ya firmaste lo que tenías que firmar. Cuando “el accidente” se produzca, todo quedará a tu nombre.

El corazón del niño latía tan fuerte que creía que lo iban a oír. El perro gimió, el piso crujió, y Verónica se quedó en silencio.

Poco después, subió al cuarto con los tacones resonando como martillazos.

—Abre, Mateo —ordenó.

El niño abrió con la cara pálida.

—Yo no quería… solo escuché porque…

Ella lo tomó del brazo con fuerza.

—Escucha bien. Hay cosas que no te incumben. Si vuelves a meter la nariz donde no debes, vuelves a la calle. Y esta vez, sin perro. ¿Entendido?

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