Ninguna criada sobrevivió conn la nueva esposa del multimillonario hasta que una nueva criada hizo lo imposible

Olivia se volvió hacia él, exasperada. “¿Basta? Richard, esta chica es incompetente. Igual que todas las demás.”

Aisha no dijo nada. Había oído hablar de Olivia antes de venir. Todas las criadas que la precedieron habían durado menos de dos semanas, algunas apenas un día. Pero Aisha se había prometido a sí misma que no la echarían. Todavía no. Necesitaba este trabajo.

Más tarde esa noche, mientras el resto del personal cuchicheaba en la cocina, Aisha pulía los cubiertos en silencio. María, la ama de llaves, se inclinó y murmuró: «Eres valiente, chica. He visto a mujeres el doble de tu tamaño marcharse después de una de sus rabietas. ¿Por qué sigues aquí?».

Aisha sonrió levemente. “Porque no vine aquí solo a limpiar”.

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María frunció el ceño. “¿Qué quieres decir?”

Aisha no respondió. En cambio, apiló la plata pulida con cuidado y fue a preparar las habitaciones de invitados. Pero su mente estaba en otra parte, en el motivo por el que había aceptado este trabajo, en la verdad que había venido a descubrir.

Arriba, en la suite principal, Olivia ya se quejaba con Richard de «esa nueva criada». Richard se frotaba las sienes, visiblemente cansado de las constantes peleas.

Pero para Aisha, este era solo el primer paso de un plan que expondría un secreto… o la destruiría por completo.

A la mañana siguiente, Aisha se levantó antes del amanecer. Mientras el resto de la mansión permanecía en silencio, comenzó sus rondas: desempolvó la biblioteca, pulió los marcos de plata del pasillo y memorizó discretamente la distribución de cada habitación.

Ya sabía que Olivia encontraría algo que criticar. La clave estaba en no reaccionar.

Efectivamente, en el desayuno, Olivia hizo como si inspeccionara la mesa. “Tenedores a la izquierda, Aisha. A la izquierda. ¿Tan difícil?”

Sí, señora respondió Aisha con calma, moviéndolos sin mostrar ningún rastro de irritación.

Olivia entrecerró los ojos. «Te crees listo, ¿verdad? Espera. Te vas a quebrar».

Pero los días se convirtieron en semanas, y Aisha no se desmoronó. No solo sobrevivió, sino que anticipó. El café de Olivia siempre estaba a la temperatura perfecta, sus vestidos se vaporizaban antes de que ella lo pidiera, sus zapatos brillaban como un espejo.

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