Ninguna criada sobrevivió conn la nueva esposa del multimillonario hasta que una nueva criada hizo lo imposible

Richard empezó a notarlo. «Lleva aquí más de un mes», comentó una noche. «Eso es… un récord».

Olivia hizo un gesto de desdén con la mano. “Por ahora es tolerable”.

Lo que Olivia no sabía era que Aisha estaba aprendiendo silenciosamente todo sobre sus estados de ánimo, sus hábitos, incluso las noches en que abandonaba la mansión con la excusa de “eventos benéficos”.

Un jueves por la noche, mientras Olivia estaba fuera, Aisha estaba quitando el polvo en el estudio de Richard cuando oyó que se abría la puerta. Richard pareció sorprendido de verla.

-Oh, pensé que te habías ido a casa.

Vivo en las dependencias del personal, señor dijo con una leve sonrisa. Es más fácil trabajar hasta tarde si es necesario.

Richard dudó. «Eres diferente a los demás. Tenían… miedo».

La mirada de Aisha era firme. «El miedo me lleva a equivocarme. No puedo permitirme el lujo de equivocarme».

Esa respuesta pareció intrigarlo, pero antes de que pudiera preguntar más, la puerta principal se cerró de golpe y los tacones de Olivia resonaron con fuerza contra el mármol. Había vuelto antes de lo habitual.

A la mañana siguiente, Olivia estaba inusualmente callada. Se quedó en su suite, hablando por teléfono en voz baja. Aisha notó la tensión en su voz, la forma en que evitaba a Richard en el desayuno.

Esa noche, cuando Aisha pasó frente a la suite principal, escuchó las palabras de Olivia a través de la puerta entreabierta:

No, te dije que no me llamaras. No puede enterarse. Ahora no.

El pulso de Aisha se aceleró. Siguió adelante antes de que la vieran, pero una cosa era segura: cualquiera que fuera el secreto que Olivia escondía, era la razón por la que tantas criadas habían “fracasado”.

Y Aisha estaba cerca de descubrirlo.

Una semana después, Richard se fue de viaje de negocios de dos días. Olivia estaba de un humor excepcional esa mañana, tarareando mientras se servía una mimosa.

Al anochecer, ella se había ido, sin ninguna nota, sin ninguna explicación.

Aisha aprovechó la oportunidad. Entró en la suite principal con el pretexto de cambiar las sábanas, pero su verdadero propósito era registrar.

Empezó por el vestidor. Detrás de una hilera de vestidos, encontró un pequeño cajón cerrado con llave. Con una horquilla, logró abrirlo. Dentro había un sobre delgado: recibos de hotel, cada uno de las noches que Richard estuvo en casa, todos firmados por un hombre diferente.

También había fotografías de Olivia con el mismo hombre, riendo, besándose, subiendo a un yate privado.

Aisha no tomó las fotos. En cambio, sacó su teléfono y tomó fotos rápidas, y luego dejó todo exactamente como lo encontró.

A la mañana siguiente, Richard regresó. Parecía distraído, casi cansado. Aisha le sirvió el café y colocó el correo matutino a su lado, añadiendo un artículo extra a la pila: un sobre sencillo con las fotografías impresas.

Ella no se quedó a mirar. Salió de la habitación en silencio.

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