Todo comenzó a salir como una avalancha imparable que iba a enterrar para siempre la versión oficial de la historia. Isabela comenzó a sudar frío y a respirar con muchísima dificultad. Los monitores del hospital empezaron a hacer ruidos de alarma porque su presión arterial se había disparado a niveles peligrosos.
“Diego, mi hijo”, murmuró con voz temblorosa, agarrando la mano de su hijo con la poca fuerza que le quedaba. “Hay cosas que nunca te dije, cosas que hice y que no estuvieron bien.” “¿Qué cosas, mamá?”, preguntó Diego, aunque por dentro ya sospechaba que lo que iba a escuchar le iba a destrozar el alma. Isabela cerró los ojos y las primeras confesiones comenzaron a salir como pus de una herida infectada. Esperanza. Esperanza nunca robó nada, mi hijito.
Yo yo inventé esas acusaciones porque porque no podía soportar verte más feliz con ella que conmigo. ¿Porque qué? gritó Diego llamando la atención de las enfermeras. Porque estaba celosa como una loca, confesó Isabela entre lágrimas de vergüenza. Porque cuando llorabas de bebé solo te calmabas con ella.
Porque cuando te lastimabas corriendo gritabas esperanza y no mamá, porque cuando llegaba de mis viajes tú corrías a abrazarla a ella primero. Diego sintió como si el piso se estuviera abriendo bajo sus pies. Todo lo que había creído sobre su infancia era una mentira brutal construida por los celos enfermizos de su propia madre.
“Pero eso no es todo, mi hijito”, continuó Isabela, sabiendo que cada palabra la acercaba más a su condenación eterna. “Tu papá, tu papá le dejó algo muy importante a Esperanza en su testamento, algo que yo que yo escondí y me robé. ¿Qué le dejó mi papá?” gritó Diego agarrando a su mamá de los hombros con tanta fuerza que casi la lastima. 50 millones de pesos, Diego.
Tu papá le dejó 50 millones de pesos a Esperanza porque sabía que ella te había criado con más amor del que yo jamás te pude dar. Diego se quedó completamente helado. Pero, pero si papá le dejó ese dinero, ¿dónde está? ¿Qué pasó con él? La confesión más terrible estaba por venir. Yo yo falsifiqué documentos, mi hijito. Soborné al notario.
Inventé que Esperanza había renunciado a la herencia y me quedé con todo el dinero. ¿Cómo que te quedaste con todo? Ese dinero, Diego ese dinero que le robé a esperanza fue el que usé para hacer crecer nuestra fortuna después de que murió tu papá. Todo lo que tienes ahora, todo viene del dinero que le robé a la mujer que más te amó en el mundo.
Diego se sintió tan mareado que tuvo que sentarse en una silla. Su empresa, su mansión, sus autos de lujo, sus cuentas bancarias millonarias, todo había sido construido sobre el dinero robado a esperanza. Mi hijito”, continuó Isabela viendo que se estaba muriendo y que esta era su última oportunidad de confesar, pero eso tampoco es todo.
Hay más, hay mucho más que tienes que saber. Isabela sabía que se estaba muriendo y que esta era su única oportunidad de limpiar su conciencia antes de enfrentar el juicio de Dios. Con voz cada vez más débil, comenzó a confesar los secretos más oscuros. Diego, cuando corrí a Esperanza, no solo la acusé de ladrona, también y también pagué a la policía para que la arrestaran por un robo que nunca cometió.
¿Qué hiciste? ¿Qué? Gritó Diego sin poder creer lo que estaba escuchando. Le pagué 50,000 pesos al comandante Raúes para que la metiera tres días en la cárcel, acusada de robar joyas de la casa. quería humillarla tanto que nunca se atreviera a acercarse a ti otra vez. Diego se levantó de la silla como un loco. Mamá, ¿me estás diciendo que Esperanza estuvo en la cárcel por culpa tuya? Sí, mi hijito. Y ahí la violaron.
Los guardias de la cárcel abusaron de ella porque sabían que no tenía familia ni dinero para defenderse. Diego vomitó ahí mismo en el piso del hospital. Su esperanza, su madre de corazón, había sido violada en una cárcel por culpa de las mentiras de su mamá biológica.
¿Y qué más?, preguntó Diego, aunque ya no sabía si su corazón podía soportar más revelaciones. Después de que salió de la cárcel, contraté a un investigador privado para que la siguiera y se asegurara de que nunca consiguiera trabajo decente. Cada vez que alguien la iba a contratar como niñera, yo llamaba y les decía que era una ex convicta y una ladrona.
Por eso nunca pudo salir adelante”, murmuró Diego, entendiendo finalmente por qué Esperanza había terminado vendiendo dulces en la calle. También le pagué a gente del gobierno para que le negaran cualquier apoyo social. Cuando trataba de meterse a programas de ayuda para personas mayores, aparecían sus antecedentes falsos y la rechazaban. Diego se tiró al suelo del hospital a llorar.
Mamá, ¿cómo pudiste ser tan monstruosa? ¿Cómo pudiste destruir tan sistemáticamente la vida de una mujer inocente? Porque tenía miedo, mi hijito. Tenía miedo de que cuando crecieras te dieras cuenta de que ella era mejor madre que yo. Y en lugar de tratar de ser mejor persona, preferí convertirme en un demonio para destruirla a ella.
¿Dónde están los documentos originales?, preguntó Diego con voz temblorosa. Necesito ver la verdad con mis propios ojos. En en la caja fuerte de la casa murmuró Isabela con la voz cada vez más débil detrás del cuadro de la Virgen de Guadalupe en mi recámara. La combinación es 08 1587, la fecha en que tú naciste.