MILLONARIO PIERDE TODO! SÓLO LA EMPLEADA TUVO EL VALOR DE ALIMENTAR A SU BEBÉ

¿Por qué lo haces, Valeria?, preguntó Rodrigo por enésima vez. Tenías tu espacio, tu independencia. Ahora estás aquí, en este lugar horrible, cuidando al hijo de un extraño. Valeria dejó de limpiar y se giró hacia él. Su rostro mostraba determinación mezclada con algo que Rodrigo no lograba descifrar completamente.

Sebastián no es un extraño y usted tampoco ya lo es. Además, mi cuarto era peor que esto, créame. Al menos aquí hay ventanas de verdad y no goteras en el techo. El teléfono de Rodrigo sonó. Era Ernesto Cárdenas, el asistente de Mendoza. Santillán, mañana a las 5:45 de la mañana te esperamos en el hotel Emperador de Tulum. No llegues tarde.

Don Heriberto odia la impuntualidad más que a los incompetentes. Ahí estaré, respondió Rodrigo, sintiendo como su estómago se contraía. Esa noche, después de acostar a Sebastián en la cuna que Valeria había conseguido de segunda mano por 800 pesos, ambos se sentaron en la pequeña sala.

Rodrigo había comprado comida china de un local cercano, lo más económico que encontró, 150 pesos por dos órdenes que debían durarles dos días si racionaban bien. Estoy nervioso admitió Rodrigo mientras comía arroz frito con un tenedor de plástico. Hace tres meses era el jefe. Ahora seré el empleado más bajo en la jerarquía de Mendoza. Todos sabrán quién fui y en qué me convertí.

¿Y eso importa? preguntó Valeria mirándolo directo a los ojos. La gente siempre va a hablar, van a criticar, van a juzgar, pero al final del día lo único que importa es si puedes verte al espejo y sentirte en paz contigo mismo. Yo no tengo paz, no después de todo lo que hice, de toda la gente que lastimé en mi camino hacia arriba.

Valeria dejó su comida a un lado. Entonces, este es su momento de hacer las cosas diferente, de ser el jefe que usted nunca tuvo, de tratar a la gente como seres humanos y no como números en una hoja de cálculo. Así de simple, así de simple y así de difícil. A la mañana siguiente, Rodrigo se levantó a las 4:30. Se duchó con agua fría porque el calentador no funcionaba.

Se puso la única camisa decente que tenía y salió del departamento mientras Valeria y Sebastián aún dormían. Dejó una nota en la mesa. Gracias por todo. Regreso como a las 8 de la noche. R. El hotel emperador de Tulum era una construcción majestuosa frente al mar con 200 habitaciones distribuidas en seis edificios coloniales.

Rodrigo conocía cada centímetro de ese lugar porque irónicamente había sido diseñado por el mismo arquitecto que construyó sus propios hoteles. Ernesto Cárdenas lo esperaba en la entrada de empleados, no en el lobby principal. un detalle que no pasó desapercibido. “Llegas 10 minutos antes.” “Bien, sígueme.” Lo condujo por pasillos de servicio hasta una oficina pequeña en el sótano junto a lavandería.

El ruido de las lavadoras industriales era ensordecedor y el olor a detergente industrial impregnaba el aire. “Esta es tu oficina. Aquí coordinarás las operaciones de limpieza, mantenimiento y servicios generales de los tres hoteles de Don Heriberto en la Riviera Maya. Tienes 80 empleados bajo tu supervisión. Tu trabajo comienza a las 6 de la mañana y termina a las 4 de la tarde, 6 días a la semana. Los domingos libres.

Rodrigo observó la oficina. Un escritorio metálico, una silla giratoria con el respaldo roto, una computadora que parecía tener 10 años de antigüedad, archiveros oxidados y una ventana diminuta que daba al estacionamiento de empleados. Preguntas. inquirió Cárdenas con tono aburrido.

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