MILLONARIO PIERDE TODO! SÓLO LA EMPLEADA TUVO EL VALOR DE ALIMENTAR A SU BEBÉ

La bondad desinteresada de un corazón noble. Valeria, dijo finalmente su voz más firme, si aceptas ayudarme, te prometo que cuando salga de esto, cuando reconstruya mi vida, nunca olvidaré lo que estás haciendo. No quiero promesas, don Rodrigo. Solo quiero que ese niño crezca con un padre que esté presente. Eso es suficiente recompensa para mí.

Esa noche, mientras Sebastián dormía pacíficamente y Rodrigo revisaba documentos buscando alguna salida legal a su pesadilla, Valeria se quedó ahí sentada en silencio, sin pedir nada, sin esperar nada, simplemente estando presente en el mundo de Rodrigo Santillán, donde todo tenía un precio y cada relación era una transacción. Valerias y Fuentes era una anomalía.

Y quizás, pensó él mientras observaba a esa mujer humilde que lo había salvado cuando nadie más lo haría. Quizás esa anomalía era exactamente lo que necesitaba para recordar como ser humano nuevamente. El reloj marcó la medianoche. Quedaban 47 horas antes de que su mundo terminara de derrumbarse, pero por primera vez en meses, Rodrigo no estaba completamente solo.

Y eso, descubriría pronto, hacía toda la diferencia. El amanecer llegó demasiado pronto, filtrándose entre las persianas de la oficina que había sido el centro de operaciones del Imperio Santillán. Rodrigo no había dormido. Pasó toda la noche revisando contratos, estados de cuenta, documentos legales, buscando desesperadamente algún resquicio, alguna propiedad que hubiera quedado fuera del embargo, alguna cuenta bancaria que Germán Villalobos no hubiera saqueado.

Nada, absolutamente nada. Valeria había dormido en el sofá, negándose a marcharse pese a las insistencias de Rodrigo. Ahora estaba preparando café en la pequeña cocina de la oficina mientras Sebastián balbuceaba contento en su regazo. La escena era tan doméstica, tan normal, que por un momento Rodrigo pudo olvidar que su vida se desmoronaba.

Buenos días, don Rodrigo. Saludó Valeria ofreciéndole una taza humeante. Encontré café en la despensa. Espero que no le moleste. Valeria, por favor, solo llámame Rodrigo. Creo que las formalidades ya no tienen sentido. La joven sonrió tímidamente. Es difícil. Usted siempre ha sido don Rodrigo para todos nosotros. Todos nosotros ya no existe.

Se fueron apenas olieron que el dinero se acababa. respondió con amargura, tomando un sorbo del café. Era fuerte y amargo, sin los refinamientos a los que estaba acostumbrado, pero en ese momento supo mejor que cualquier bebida costosa que hubiera probado. El teléfono celular de Rodrigo comenzó a vibrar insistentemente. Número desconocido.

Dudó antes de contestar, pero algo en su interior le dijo que debía hacerlo. Señor Santillán, habla el licenciado Ernesto Cárdenas Valverde, representante del grupo empresarial Mendoza. Don Heriberto Mendoza desea reunirse con usted esta mañana, digamos, a las 9 en el hotel Paradisus. Rodrigo sintió un escalofrío recorrer su espalda.

Leave a Comment