“Reverencias”, preguntó él, volviendo a su pantalla. El padre Gonzalo de la parroquia de Guadalupe puede dar referencias”, dijo ella. Y la señora que dirigía la escuela donde enseñaba, un cura y una directora de escuela pueblerina. Sebastián casi sonrió con amargura. “Los niños tienen 6 años”, dijo sin mirarla. “Van al colegio alemán, salen a las 3. Necesitan ayuda con tareas, actividades, disciplina. La última niñera renunció porque Mateo le tiró jugo en su bolsa de marca. entiendo. No dormirán, gritarán, romperán cosas, dirán que me odian y que la odian a usted.
Lo sé. Algo en su tono hizo que Sebastián finalmente la mirara de verdad. Valeria Reyes lo observaba con ojos oscuros y tranquilos. No había miedo en ellos, tampoco arrogancia. Solo una calma extraña que él no lograba descifrar. ¿Por qué quiere este trabajo? Preguntó él bruscamente. Mi madre está enferma. Necesita tratamiento en la ciudad. Los maestros en Puebla ganamos muy poco, al menos era honesta, no le dio discursos sobre vocación o amor por los niños. Señora Ortiz le explicará el salario y las condiciones.
Sebastián cerró su laptop. Puede empezar mañana. Viajo a Shangai el jueves. No quiere hacerme más preguntas. No tengo tiempo, dijo él guardando sus cosas en el maletín. O funciona o no funciona. Las últimas siete no funcionaron. Siete en 18 meses, repitió Valeria lentamente. Mi madre intentó ayudar el primer año después de que mi esposa nos abandonara. Las palabras salieron más cortantes de lo que pretendía. No funcionó. Luego vinieron las niñeras profesionales con sus títulos y sus métodos.
Tampoco funcionó. Valeria asintió como si entendiera algo que él no había dicho. Lo intentaré, señor Montalvo. No me prometa nada, respondió él pasando junto a ella hacia la puerta. Solo manténgalos vivos hasta que yo regrese. Cerró la puerta detrás de él sin esperar respuesta. En el pasillo, señora Ortiz lo alcanzó con pasos apresurados. Señor, ella no tiene las credenciales de las anteriores. Las anteriores duraron dos meses cada una. interrumpió Sebastián. A este punto contrataría a cualquiera que no salga corriendo en la primera semana.
Los niños están cada vez peor. La maestra del colegio volvió a llamar. Diego golpeó a un compañero. Sebastián apretó su maletín con más fuerza. Encárguese, señora Ortiz. Para eso le pago. Bajó las escaleras antes de que ella pudiera responder. Valeria llegó al día siguiente a las 7 de la mañana. La mansión Montalvo era incluso más grande de lo que había imaginado. Techos altos, pisos de mármol, arte en las paredes que probablemente costaba más que su casa entera en Puebla, pero se sentía vacío, como un museo caro donde nadie realmente vivía.