MILLONARIO LLEGÓ SIN AVISAR Y VIO A LA NIÑERA CON SUS HIJOS… LO QUE VIO LO HIZO ENAMORARSE…

No lo sé, cariño, pero voy a intentarlo. ¿Cómo? preguntó Mateo. Patricia miró a su hijo. Tu papá va a ir a buscarla y va a luchar por ella hasta que entienda que es amada. Los tres niños miraron a Sebastián con ojos llenos de esperanza desesperada. De verdad, papá. Sebastián asintió su determinación solidificándose. De verdad, y no voy solo. ¿Qué quieres decir?, preguntó Diego. Ustedes vienen conmigo. Valeria los ama tanto como yo y necesita ver que somos una familia.

que la necesitamos todos. Vamos a ir a Puebla. Santiago se iluminó. Ahora mismo. Sí, gritaron los tres. Patricia se puso de pie. Yo también voy. Sebastián la miró sorprendido. Madre, necesito disculparme con ella de rodillas si es necesario. Patricia sonrió con tristeza. Y necesito ver a la mujer que logró lo que yo nunca pude hacer que mi hijo volviera a sentir. Sebastián abrazó a su madre por primera vez en años. 30 minutos después, Cinco Montalvo estaban en el auto rumbo a Puebla.

Los niños iban vestidos en sus mejores ropas. Patricia llevaba un vestido sencillo, nada ostentoso. Sebastián manejaba con el corazón latiendo como tambor de guerra. ¿Y si nos dice que no?, preguntó Santiago desde el asiento trasero. Entonces le recordaremos que la fe no se trata de estar seguro, respondió Sebastián recordando las palabras que Valeria les había enseñado. Se trata de creer que podemos ser mejores. Diego tomó la mano de sus hermanos. Vamos a orar. Y ahí, en el auto rumbo a recuperar a la mujer que los había salvado a todos, cuatro voces rezaron por un milagro.

Patricia escuchaba en silencio lágrimas corriendo por sus mejillas. Por primera vez en su vida, ella también cerró los ojos y oró. Por favor, Dios, déjame enmendar lo que rompí. Puebla apareció ante ellos como un cuadro pintado de colores cálidos y techos de talavera. Sebastián nunca había estado ahí. En todos sus años de negocios viajando por el mundo, nunca había visitado la ciudad donde Valeria creció. “¿Dónde vive?”, preguntó Patricia desde el asiento del pasajero. No lo sé. Solo tengo la dirección de la parroquia en su expediente de trabajo.

Siguieron las direcciones del GPS hasta la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe. Era una iglesia modesta en un barrio de clase trabajadora, nada como las catedrales enormes del centro histórico. Sebastián estacionó con manos temblorosas. “Y si no está aquí, estará”, dijo Diego con certeza. Valeria siempre decía que cuando estaba triste hablaba con Dios. Tenía razón. Mientras cruzaban la plaza hacia la iglesia, Sebastián la vio a través de las puertas abiertas, arrodillada en una banca cerca del altar, con las manos juntas y la cabeza inclinada.

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