salió del restaurante sin mirar atrás, dejando el sobre sin tocar sobre la mesa. Esa tarde, después de recoger a los niños del colegio, Valeria los llevó al jardín secreto. Los tres notaron inmediatamente que algo estaba mal. “¿Por qué estás triste?”, preguntó Santiago tocando su mano. Valeria se arrodilló frente a ellos. “Necesito decirles algo importante.” “No”, dijo Diego inmediatamente. “No, no, escúchenme, nos vas a dejar. Mateo tenía los puños cerrados. Todas se van. Mi mamá está muy enferma, explicó Valeria con voz temblorosa.
Necesito regresar a Puebla para cuidarla. Mentira, gritó Diego. Es mentira como las otras. No es mentira, mi amor. Dijiste que no te ibas a ir. Lo prometiste. Santiago empezó a llorar en silencio, las lágrimas corriendo por sus mejillas. Yo lo siento mucho. Valeria los abrazó a los tres mientras lloraban. Los amo tanto, pero a veces amar significa dejar ir. No te vayas, soyó Mateo. Por favor, por favor, no te vayas. Valeria lloró con ellos, sus corazones rompiéndose juntos en el invernadero que habían construido con esperanza.
Esperó hasta que los niños estuvieran dormidos para hacer su maleta. Cada prenda que doblaba le dolía. Cada objeto que guardaba era un recuerdo de momentos que nunca volvería a vivir. El uniforme que usaba el día que los conoció, la foto que Diego le había dibujado, la pulsera que Santiago le hizo con cuentas, el balón de fútbol que Mateo le había pedido autografiar como si fueras famosa, Valeria. Eran las 10 de la noche cuando escuchó la puerta principal abrirse.
Sebastián había tenido una cena de negocios. Llegaba tarde como siempre. Excepto que ya no era como siempre. Las últimas semanas había estado en casa. Valeria cerró su maleta rápidamente, pero no lo suficiente. La puerta de su habitación se abrió. Sebastián se quedó congelado en el umbral viendo las maletas. La habitación medio vacía, su expresión devastada. ¿Qué estás haciendo? Me voy. ¿Por qué? Ya lo sabe. Sebastián entró y cerró la puerta detrás de él. Mi madre te ofreció dinero.
¿Cómo? La conozco. Es su estilo. Sus manos temblaban. ¿Cuánto? No importa. No lo acepté. Entonces, ¿por qué te vas? Valeria lo miró dejando que él viera todo el dolor en sus ojos. Porque tiene razón. Esto no puede seguir. ¿Qué no puede seguir esto? Gritó ella, sorprendiéndolos a ambos. Usted mirándome como si fuera algo más que su empleada. Yo mintiendo que no siento nada. Los niños atrapados en medio cuando todo explote. No tiene que explotar. Siempre explota. Valeria se limpió las lágrimas con rabia.
Usted es Sebastián Montalvo, multimillonario, dueño de Medio México y yo soy Valeria Reyes de Puebla. La niñera, la que no terminó universidad prestigiosa, la que viene de familia pobre, ¿de verdad cree que su mundo nos va a aceptar? No me importa mi mundo, a mí sí. Su voz se quebró. Porque yo soy la que terminará destruida cuando usted se canse de pelear, cuando el escándalo sea demasiado, cuando sus socios le presionen, cuando se dé cuenta de que soy un error que arruinó su reputación.