A las 7:30 escuchó movimiento en el pasillo, voces infantiles, la risa suave de Valeria. Sebastián salió de su habitación y las encontró. Los tres niños iban vestidos con sus uniformes escolares. Valeria llevaba un vestido sencillo color azul marino. Papá. Mateo fue el primero en verlo. ¿Qué haces despierto? Pensé que podría llevarlos a la escuela hoy. Los tres niños se quedaron congelados. Valeria también. Pero usted acaba de llegar de viaje”, dijo ella con cuidado. “Debe estar cansado.” “Estoy bien”, mintió Sebastián.
En realidad no había dormido nada, pero eso no importaba. ¿Les parece bien, niños? Diego intercambió miradas con sus hermanos. Sí, está bien. El desayuno fue incómodo. Sebastián no sabía qué decir. Los niños comían sus huevos revueltos en silencio, lanzándole miradas furtivas como si temieran que desapareciera en cualquier momento. Paleria observaba desde su lugar junto a la barra de la cocina. Diego dijo ella suavemente. ¿Por qué no le cuentas a tu papá sobre el proyecto de la escuela?
Diego miró su plato. No creo que le interese. Me interesa. Dijo Sebastián. rápidamente. ¿De qué es el proyecto? Del sistema solar. Tengo que hacer una maqueta. Una maqueta con pelotas de unicel y pintura. La maestra dijo que podemos usar lo que queramos. Sebastián no sabía nada sobre maquetas escolares. Ni siquiera sabía que Diego estaba estudiando el sistema solar. Suena interesante. ¿Puedo ayudarte? Los ojos de Diego se abrieron con sorpresa. En serio, en serio. Por primera vez esa mañana, Diego sonrió.
El viaje a la escuela fue revelador. Mateo no dejaba de hablar sobre fútbol. Santiago miraba por la ventana tarareando una canción bajito. Diego hacía preguntas sobre planetas que Sebastián apenas podía responder. Cuando los dejó en la entrada del colegio alemán, los tres se voltearon para despedirse. “Adiós, papá”, dijeron casi al unísono. Sebastián sintió algo apretarse en su garganta. “Adiós, niños. Los veo a las tres. Mientras se alejaban, Santiago se detuvo y corrió de regreso. Abrazó las piernas de Sebastián con fuerza antes de salir corriendo otra vez.
Valeria, que había presenciado todo desde el asiento del pasajero, sonrió. Lo hizo bien. Apenas les hablé. Estuvo presente. Para ellos eso es todo. Esa tarde Sebastián llegó temprano para recogerlos. Valeria lo miró con sorpresa cuando apareció en la puerta de la escuela. Pensé que tenía trabajo. Lo moví, dijo él. Quiero estar aquí. Los niños salieron corriendo cuando lo vieron. Esta vez no hubo vacilación. Los tres lo abrazaron como si fuera lo más normal del mundo. En el auto de regreso, Sebastián tomó valor.