MILLONARIO LLEGA SIN AVISAR A LA HORA DEL ALMUERZO… Y NO PUEDE CREER LO QUE VE

—Tú te pareces a la foto —dijo, muy serio.

Alejandro parpadeó.

—¿Qué foto?

—La que mami Elena nos enseña antes de dormir —explicó el niño, con una sonrisa que le atravesó el alma—. Dice que tú eres bueno, que nos quieres, pero que estás muy ocupado.

Elena cerró los ojos, como esperando un golpe.

—¿Tú eres mi papá? —preguntó el niño.

La palabra quedó flotando en el aire, pesada, irreparable. Alejandro sintió que las rodillas le fallaban. Buscó la mirada de Elena. En sus ojos llenos de lágrimas, la respuesta ya estaba.

—Dígalo —ordenó él, con la voz rota—. Ahora.

—Sí, señor —susurró ella al fin—. Son sus hijos. Los cuatro. Los que le dijeron que habían muerto al nacer.

El comedor comenzó a girar.

Las imágenes se le agolparon en la mente: el parto de emergencia, los médicos hablándole de “complicaciones”, el rostro frío del director de la clínica, su madre organizando todo el funeral mientras él se ahogaba en whisky. Cuatro ataúdes pequeños sellados. “No conviene que los vea, Alejandro, fue muy traumático”, había dicho Bernarda.

Había llorado sobre cajas vacías.

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