Por supuesto, dijo Carlos sonriendo. Pero no tardes mucho. Oportunidades así no aparecen todos los días. Cuando se marcharon, la mansión quedó en un silencio que pesaba, un silencio que gritaba. Augusto comenzó a caminar por la sala como un león enjaulado, los nervios haciéndole girar en círculos. “500,000”, murmuró, “mas para sí que para ella. Más merecidos que cualquiera que hayas pagado en esta casa”, respondió Valentina mientras recogía las tazas vacías. Es una cifra justa para ese puesto, Valentina.
Sobre lo que te propuse ayer, podemos renegociarlo, ajustar los términos, dijo Augusto con tono esperanzado. Ella se detuvo. Con la bandeja aún en las manos lo miró sin vacilar. ¿Me estás ofreciendo algo ahora porque tienes miedo de que acepte su propuesta? Él no contestó, “No lo haces porque reconozcas mi valor. Lo haces porque temes perderme. Lo sabes tú y lo sé yo.” Augusto bajó la mirada. No podía negar la verdad porque esa verdad lo estaba devorando. “Reconozco tu valor”, susurró.
“Ahora.” “¿Y dónde estaba ese reconocimiento durante los últimos 3 años? Silencio otra vez.” Y ese silencio fue la única respuesta que Augusto tuvo para darle. Valentina seguía ordenando la habitación, aunque cualquiera que la observara un poco de cerca notaría que su mente estaba muy lejos de allí. Algo le rondaba la cabeza. Entonces, sin previo aviso, se detuvo y preguntó, “¿Puedo hacerte una pregunta?” Augusto, aún confundido por todo lo que estaba pasando esos días, asintió sin pensarlo mucho.
¿Por qué me invitaste a la fiesta? Quiero decir, ¿cuál era exactamente tu plan? Él dudó, pero luego, como si sintiera que ya no tenía sentido mentir, se sinceró. Quería que te sintieras fuera de lugar. Me imaginé que mis invitados te verían como la empleada que intentaba aparentar lo que no era, que se reirían por dentro. Esperaba que esa sensación de vergüenza te hiciera recordar tu sitio, o al menos el que yo pensaba que ocupabas. Valentina lo miró sin sorpresa, solo con una extraña paz.
“Gracias por ser sincero”, dijo con calma. Terminó de colocar lo último en su sitio y se dirigió hacia la puerta. Justo antes de salir se giró y lo miró de frente. ¿Sabes cuál es la diferencia entre tú y Roberto? Entre tú y Carlos también, si me apuras. Augusto no dijo nada. Esperaba. Ellos ven potencial en las personas y quieren impulsarlo. Tú, en cambio, ves amenazas y haces todo lo posible por neutralizarlas. Esa es la gran diferencia entre los verdaderos líderes y quienes solo acumulan riqueza.
Ese mismo día por la tarde, mientras Augusto estaba fuera en reuniones, Valentina recibió una visita inesperada. Marina Tabázre apareció en la puerta con su elegancia habitual, pero esta vez su expresión era firme, casi urgente. “Espero no estar interrumpiendo”, dijo. “En absoluto. Adelante”, respondió Valentina abriéndole paso. Ambas se sentaron en la misma sala donde hacía solo unas horas Roberto y Carlos le habían hecho una propuesta que podía cambiar su vida. Marina respiró hondo. No he podido dejar de pensar en lo que hablamos anoche sobre las segundas oportunidades y sobre reconstruir lo que creíamos perdido.
Fue una noche intensa, ¿verdad? Lo fue, respondió Valentina con sinceridad. Quiero contarte algo, empezó Marina. Hace 15 años yo era solo profesora de arte en una escuela pública. Conocí a mi marido cuando era diputado, aún lejos de ser ministro. Recuerdo que cada vez que lo acompañaba a reuniones políticas me sentía pequeña, fuera de lugar, como si no encajara en ese mundo de trajes y palabras grandes. Valentina se inclinó hacia delante interesada y entonces una mujer me dijo algo que nunca olvidé.
Me dijo, “Marina, no necesitas encoger tu luz para que otros brillen. Tu inteligencia, tu sensibilidad, tu conocimiento también tienen valor.” Marina sonrió emocionada. “Esa mujer era tu madre. Sofía Ross me lo dijo en una cena benéfica y desde aquel día cambió la forma en que me veía a mí misma. Los ojos de Valentina se llenaron de lágrimas. Hacía tanto que nadie mencionaba a su madre. con tanto cariño y respeto. “Mi madre siempre supo cómo elevar a los demás”, dijo ella en voz baja.
“Y ahora tú estás haciendo lo mismo”, dijo Marina acercándose un poco. Anoche vi a la hija de Sofía Ross resurgir con fuerza. No permitas que nadie te haga creer que tienes que conformarte con menos de lo que vales. A las 6 de la tarde, Augusto regresó a la mansión. encontró a Valentina en la biblioteca absorta en un libro de economía internacional. Vestía algo sencillo pero elegante. El cabello suelto, los pies cruzados, la mente concentrada. ¿Estás estudiando?, preguntó él intentando sonar casual.
Ella cerró el libro con suavidad y lo miró. Estoy poniéndome al día con las nuevas políticas comerciales de la Unión Europea. Si acepto la propuesta de Roberto y Carlos, necesito estar actualizada. Si aceptas, repitió él casi con ansiedad, “Quiero proponerte algo”, dijo con calma. “Dame una semana, solo una semana. Quiero mostrarte lo que puedo aportar a tu empresa.” No como empleada, como consultora. Augusto se quedó pensativo. Ella continuó, “Si al final de esa semana sigue sin ver mi valor, aceptaré la oferta de Roberto sin mirar atrás.
Pero si lo ves, entonces hablaremos de trabajar como iguales. De verdad, él la miró con una mezcla de respeto y miedo. Esa mujer ya no era la misma. De acuerdo”, dijo con un hilo de voz, “pero con una condición. Durante esa semana no limpiarás ni servirás café, solo trabajarás como consultora.” Valentina sonrió y fue una sonrisa de verdad, la primera que Augusto le veía en tr años. Se estrecharon la mano y en ese instante ambos supieron que nada volvería a ser como antes.