Alejandro había instalado mejor iluminación en los cuartos de visitas, que ahora funcionaban como un pequeño departamento independiente.
Durante sus viajes de trabajo había comenzado a traer fórmula especial para Isabela, pañales de mejor calidad, juguetes apropiados para su edad.
Camila, por su parte, había comenzado a cocinar platos oaxaqueños los domingos, llenando el apartamento con aromas que lo conectaban con recuerdos de la infancia en Chiapas.
No era parte de sus obligaciones laborales, pero se había vuelto una tradición silenciosa entre ellos.
¿Cómo va la escuela?, preguntó Alejandro.
Tres semanas atrás, Camila había comenzado clases nocturnas en línea para terminar la preparatoria.
Estudiaba después de que Isabela se dormía, a veces hasta muy tarde.
Bien, difícil, pero bien.
Matemáticas me cuesta más trabajo, pero las materias de ciencias sociales son fáciles.
Si necesitas ayuda con matemáticas, gracias, pero ya tengo quien me ayude.
Mi compañera de clase, Sofía, es muy buena explicando.
Nos conectamos por videollamada los martes y jueves.
Alejandro sintió una punzada extraña al saber que Camila había construido una red de apoyo que no lo incluía.
Era irracional, lo sabía.
Pero ahí estaba el sentimiento.
Isabel la comenzó a hacer ruiditos demandando atención.
Alejandro la levantó de su silla, sorprendiéndose una vez más de lo natural que se había vuelto este gesto.
Está pesando más, comentó cargándola contra su hombro.
3, y medio en su última cita del pediatra.
perfectamente sana.
¿Cuándo fue esa cita? El martes pasado.
Conseguí cita en la clínica del IMS por la tarde.
Alejandro frunció el ceño.