Millonario encontró a su empleada amamantando a su bebé y tomó una decisión que nadie esperabas.

Culpa, conveniencia, el hecho de que Isabela había hecho que su apartamento se sintiera como un hogar por primera vez en años.

Pero eligió la verdad más simple, porque puedo y porque es lo correcto.

Por primera vez desde que la había conocido, Camila Vázquez le sonrió a Alejandro Mendoza como aún igual.

Capítulo 3.

Cruzando límites.

Dos meses después, las líneas entre patrón y empleada habían comenzado a difuminarse de maneras que ninguno de los dos había anticipado.

Alejandro se descubrió llegando a casa temprano los viernes, no por trabajo pendiente, sino porque se había acostumbrado al sonido de la risa de Isabela resonando por el apartamento.

“Ya llegué”, anunció colgando su saco en el closet del recibidor.

Estamos en la cocina”, respondió Camila desde el fondo del departamento.

La encontró preparando pozole rojo, el aroma a chile guajillo llenando todo el espacio.

Isabela, ahora de casi tres meses, estaba en su silla mecedora sobre la barra, siguiendo cada movimiento de su madre con ojos alertas.

“¿Posole en viernes?”, preguntó Alejandro, acercándose a saludar a Isabela, quien le regaló una sonrisa sin dientes.

“¿Qué celebramos?” El contrato llegó hoy”, respondió Camila sin poder ocultar la satisfacción en su voz.

Oficial, firmado, registrado ante el IMS.

Isabela y yo ya existimos legalmente.

Alejandro había trabajado con su abogado laboral para crear un contrato que cumpliera con todas las regulaciones mexicanas.

Salario arriba del mínimo, prestaciones completas, horario de 8 horas diarias con dos días de descanso.

Pero más importante, Camila ahora tenía derecho a guardería del IMS para Isabela, seguro médico, y un fondo para el retiro.

¿Y cómo se siente ser una empleada formal?, preguntó tomando asiento junto a Isabela, diferente, seguro, como si finalmente pudiera planear más allá de la próxima quincena.

Había más cambios sutiles.

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