Millonario Atrapó a Su Novia Humillando a la Pobre Sirvienta… Su Siguiente Acción Dejó a Todos Sin Palabras
Ethan Maxwell, un multimillonario hecho a sí mismo de treinta y ocho años, era conocido en todo Nueva York por su aguda mente para los negocios y su rara habilidad para permanecer humilde a pesar de su riqueza. Criado en un barrio modesto por una madre soltera, Ethan entendía las dificultades y respetaba la dignidad de todas las personas, sin importar su origen.
Su ático en Manhattan no era solo una exhibición de riqueza, sino también un hogar donde su pequeño personal doméstico era tratado como familia. Entre ellos estaba Rosa Martinez, una sirvienta tranquila de unos veintitantos años que había inmigrado de El Salvador. Rosa trabajaba incansablemente, a menudo enviando la mayor parte de sus ganancias a casa para cuidar a su madre enferma. Ethan admiraba su resiliencia, aunque rara vez hablaba de ello.
Una tarde de viernes, Ethan decidió volver a casa antes de lo esperado de una cena corporativa. Le había dicho a su novia, Vanessa Brooks —una glamurosa socialite con la que llevaba saliendo casi un año— que trabajaría hasta tarde. Vanessa amaba el lujoso estilo de vida que Ethan le proporcionaba, pero bajo su encanto había una vena de arrogancia que a menudo salía a la luz cuando creía que nadie la estaba mirando.
Cuando Ethan salió del ascensor privado, escuchó duras palabras que resonaban desde la sala de estar. Se detuvo, su expresión se tensó.
«¿Crees que solo porque el Sr. Maxwell es amable contigo, eres especial de alguna manera?», la voz de Vanessa era cortante, goteando desprecio. «Mírate: fregando suelos, oliendo a productos químicos de limpieza. No eres más que una sirvienta. Nunca pienses que perteneces a este lugar».
Rosa permanecía en silencio, aferrando un paño húmedo en la mano. Sus ojos brillaban, pero se mordió el labio, negándose a llorar delante de Vanessa. Ethan se quedó helado, su pecho se apretó de ira. Ya había visto destellos de la arrogancia de Vanessa antes: su tono despectivo hacia los camareros, sus comentarios condescendientes sobre los dependientes de las tiendas, pero esto era diferente. Esto era crueldad dirigida a alguien que él respetaba.
Ethan dio un paso adelante, sus zapatos pulidos resonando contra el suelo de mármol. La sala se quedó en silencio. Vanessa se giró, con su sonrisa pegada como una máscara.
«¡Ethan! Llegaste temprano a casa», dijo, su voz repentinamente dulce.
Ethan no sonrió. Sus ojos se movieron entre la figura temblorosa de Rosa y la sonrisa forzada de Vanessa. Su voz era tranquila pero fría, llevando el peso de la furia contenida.