Millonaria quedó sorprendida al descubrir quién había tomado su bolsa

Las lágrimas mojaban su rostro sucio, no por hambre, sino porque casi traicionó el único legado que le dejó de su madre, la honestidad. Algunos transeútes lo miraron, pero nadie se acercó. Todos tenían sus propios asuntos. Santiago se levantó tambaleando, pero con una determinación firme. Decidió intentar de nuevo. Rodeó el edificio buscando otra entrada. Entró al estacionamiento subterráneo deslizándose entre autos lujosos.

Esperaba encontrar con quién hablar. Entonces, un milagro pequeño ocurrió. Un hombre mayor con uniforme limpio salió de una puerta marcada como personal de mantenimiento. Al ver a Santiago, detuvo su paso. Oye, pequeño, ¿qué haces aquí? Quiero devolver esta bolsa. es de alguien importante que trabaja aquí. La encontré en la calle. Bolsa, déjame ver.

Santiago abrió un poco la bolsa mostrando su contenido. El hombre se quedó en silencio unos segundos, luego asintió. Espera aquí. Regresó minutos después con una joven que llevaba una identificación colgada al cuello. Su nombre era Laura, asistente ejecutiva de la dirección. Miró a Santiago con desconfianza, pero al ver la bolsa, sus ojos se abrieron.

Es la bolsa de la señora Valeria. Llamó de inmediato a la oficina. En el piso 38 Valeria miraba un café frío cuando su teléfono sonó. “Señora, encontramos su bolsa. Un niño de la calle la trajo. Dice que la encontró. Valeria se levantó lentamente y dijo, “Tráiganlo acá, por favor.” El elevador se abrió. Santiago dudó.

La oficina era enorme, fría, con puertas de cristal. Se sentía fuera del lugar, pero Laura lo guió. Todos lo miraban, un niño sucio, con heridas en las piernas, sosteniendo una bolsa lujosa. Al fondo de la sala estaba la mujer cuyo nombre solo conocía por la tarjeta, Valeria. Sus ojos se encontraron y el mundo pareció detenerse. Santiago dio un paso y le entregó la bolsa sin decir nada.

Valeria la abrió, revisó el contenido, todo estaba intacto. Luego su mirada cayó en la foto de Raúl. En ese instante sus ojos se humedecieron. Luego miró a Santiago. ¿Tú la encontraste? Santiago asintió. No tomaste nada. No, solo quería devolverla. Ambos se miraron en silencio. De pronto, algo inesperado pasó. Valeria se arrodilló para estar a la altura de Santiago.

Por primera vez en años lloró, no por pérdida, sino porque un desconocido le devolvió algo invaluable. En una oficina llena de teclados y llamadas, el ambiente cambió. Todos contuvieron el aliento ante la escena. La mujer más poderosa del edificio lloraba frente a un niño arapiento. Valeria secó sus lágrimas rápidamente.

Nunca dejaba que la vieran vulnerable, pero esta vez las lágrimas caían sin control. Los recuerdos de Raúl, el bebé que abrazó, el niño que la llamaba mamá, el hijo que dejó ir sin despedirse. Todo volvió en segundos por la honestidad de este niño desconocido. Se puso de pie. “¿Cómo te llamas?” “Santiago, señora,”, respondió con voz baja.

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