Valeria la abrió, revisó el contenido, todo estaba intacto. Luego su mirada cayó en la foto de Raúl. En ese instante sus ojos se humedecieron. Luego miró a Santiago. ¿Tú la encontraste? Santiago asintió. No tomaste nada. No, solo quería devolverla. Ambos se miraron en silencio. De pronto, algo inesperado pasó. Valeria se arrodilló para estar a la altura de Santiago.
Por primera vez en años lloró, no por pérdida, sino porque un desconocido le devolvió algo invaluable. En una oficina llena de teclados y llamadas, el ambiente cambió. Todos contuvieron el aliento ante la escena. La mujer más poderosa del edificio lloraba frente a un niño arapiento. Valeria secó sus lágrimas rápidamente.
Nunca dejaba que la vieran vulnerable, pero esta vez las lágrimas caían sin control. Los recuerdos de Raúl, el bebé que abrazó, el niño que la llamaba mamá, el hijo que dejó ir sin despedirse. Todo volvió en segundos por la honestidad de este niño desconocido. Se puso de pie. “¿Cómo te llamas?” “Santiago, señora,”, respondió con voz baja.
“¿Dónde vives?” Santiago bajó la mirada. Sus labios temblaron. “No tengo casa.” Valeria sintió un dolor agudo. “¿Y tus padres?” Mi mamá murió de COVID la semana pasada. No sé quién es mi papá. Los empleados presentes se sintieron oprimidos. Laura giró para ocultar sus lágrimas.
Nadie esperaba que un niño tan pequeño viviera solo en un mundo tan duro y aún eligiera ser honesto. ¿Por qué no tomaste el dinero?, preguntó Valeria. Santiago respondió sin dudar. Mi mamá me decía que si lo pierdes todo, nunca dejaras de ser honesto. Esas palabras resonaron en Valeria como un trueno. Miró a Santiago fijamente. Ese niño no solo salvó sus documentos y la foto de su hijo.
Salvó algo que ella había enterrado, la fe en que la bondad aún existía. Tras unos minutos que parecieron eternos, Valeria dijo con firmeza, “Ven conmigo.” Santiago dudó. “¿A dónde, señora?” “A casa.” ¿Vienes a casa conmigo? Laura, sorprendida, dio un paso. Señora, ¿quiere decir? Sí. Prepara la habitación de huéspedes y llama al doctor. Este niño necesita revisión ahora. Santiago no entendía.
Hace una hora estaba en la banqueta, tratado como basura. Ahora lo invitaban a casa de alguien cuyo nombre hacía temblar a los ejecutivos. Bajaron al estacionamiento. El chóer abrió la puerta dudando al ver al niño con ropa rota y llena de lodo. Pero la mirada de Valeria silenció cualquier objeción. En el auto nadie habló. Valeria miraba a Santiago de reojo.
El niño dormía apoyado en la ventana, aún abrazando la bolsa como si fuera su escudo contra el mundo. Al llegar, una reja alta se abrió automáticamente. Un patio con fuente lo recibió. La casa de dos pisos era majestuosa y silenciosa. Los sirvientes, sorprendidos, obedecieron cuando Valeria ordenó preparar una habitación y agua caliente.
Santiago fue bañado, vestido con ropa casi de su talla y revisado por un médico familiar. No tenía enfermedades graves, solo agotamiento, desnutrición y heridas en los pies por caminar tanto. Luego lo sentaron en el comedor. Frente a él, por primera vez tenía un plato de arroz caliente, pollo frito y un vaso de leche.
Santiago estaba atónito, mirando la comida fijamente. Sus manos temblaron al tomar la cuchara como si temiera que todo fuera un sueño. Santiago dijo Valeria suavemente desde el otro lado de la mesa. Come, esta es tu casa ahora. Santiago la miró con los ojos llorosos. De verdad puedo estar aquí. No solo puedes. Quiero que te quedes. Santiago no respondió, solo lloró.