Mi nuera me mandó: ‘Caliente las sobras’, pero lo que hice después los dejó sin color…

Y esta vez ya no iba a calentar sus obras, esta vez iba a desaparecer. Y cuando regresaran esa noche, borrachos de vino y de arrogancia, lo que encontrarían detrás de esa puerta los haría temblar. Pero para que entiendas por qué tomé esa decisión, necesito contarte cómo llegué hasta aquí. Como una mujer de 68 años que dio todo por su familia terminó siendo tratada como la sirvienta que no cobra sueldo.

Déjame llevarte 3 años atrás, al día en que lo perdí todo y entregué lo que me quedaba sin saber que estaba firmando mi propia condena. Hace 3 años y 4 meses enterré a mi esposo Ernesto. Cáncer de páncreas. Se lo llevó en seis meses, tan rápido que apenas tuve tiempo de despedirme. Quedé sola en nuestra casa de Coyoacán, esa casa con patio de mosaicos donde criamos a Rodrigo, donde celebramos cada cumpleaños, cada Navidad. Pero después del funeral, el silencio se volvió insoportable.

Cada rincón me gritaba su ausencia. Rodrigo vino a visitarme dos semanas después. Traía a Valeria del brazo y esa sonrisa que yo conocía desde que era niño. Esa sonrisa que usaba cuando quería pedirme algo. Mamá, me dijo mientras tomaba café en la cocina. Valeria y yo estamos buscando casa. Queremos algo más grande para los niños, pero los precios están imposibles. Valeria asintió acariciando su taza con esas uñas. perfectamente pintadas de color coral. El enganche de la casa que queremos es de 680,000 pes.

Llevamos un año ahorrando, pero solo tenemos la mitad. No necesitaron decir más. ¿Cuánto necesitan?, pregunté. Rodrigo bajó la mirada. Si vendieras esta casa, mamá, podrías venir a vivir con nosotros. No estarías sola. Los niños te adoran y así todos ganamos. Valeria sonrió. Sería perfecto, suegrita. Usted nos ayuda con los niños. Nosotros la cuidamos como una verdadera familia. Esa palabra familia. Firmé los papeles de venta tres semanas después. La casa de Coyoacán, con sus techos altos y sus recuerdos de 42 años se vendió en 1,200,000es.

Le di 680,000 a Rodrigo para el enganche. El resto lo guardé en una cuenta de ahorro pensando que era mi colchón de seguridad. Lo que no hice, y esto es lo que más me pesa hasta hoy, fue poner mi nombre en las escrituras de la nueva casa. Rodrigo me dijo que no hacía falta, que la casa era de todos, que para qué complicar los trámites. Y yo como idiota, confié. La casa estaba en satélite en un fraccionamiento cerrado con caseta de vigilancia.

Tres recámaras, dos baños y medio cochera para dos autos, bonita, moderna, fría. Los primeros meses fueron tolerables. Yo me levantaba a las 5 de la mañana. Preparaba el café como a Rodrigo le gusta, bien cargado con un toque de canela. Hacía el desayuno, huevos con frijoles, chilaquiles, molletes. Despertaba a mis nietos Emiliano de 9 años y Sofía de seis. Los peinaba, les preparaba el lunch, los despedía en la puerta de la escuela. Valeria salía disparada a las 7:30.

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