Mi nuera fue ascendida. Llevó a toda la familia a un restaurante para celebrar, pero no me invitó. Horas después recibí su mensaje. Suegra, recuerde calentar las obras del refrigerador. No desperdicie. Respondí simplemente, “Okay.” Luego hice mis maletas en silencio y me fui. Esa noche, cuando regresaron riendo y con copas de más, abrieron la puerta y lo que vieron adentro los dejó completamente helados. Eran las 9:30 de la noche cuando mi teléfono vibró sobre la mesa de la cocina.
Yo estaba ahí, sentada frente a un plato de sopa instantánea que ni siquiera tenía ganas de comer. La casa olía a limpiador de pisos y a soledad. Había pasado toda la tarde limpiando cada rincón, planchando las camisas de mi hijo Rodrigo, doblando la ropa de mis nietos. Mis manos todavía olían a cloro. Tomé el teléfono pensando que tal vez era mi hijo diciendo que venían en camino, que había un lugar para mí en esa mesa donde estaban celebrando, pero no.
Era un mensaje de Valeria, mi nuera. Suegra, recuerde calentar las obras del refrigerador. No desperdicie. Leí esas palabras una vez, dos veces, tres. Sentí como algo dentro de mi pecho se partía en silencio, como cuando una taza de porcelana cae al suelo, pero no hace ruido hasta que ya está rota. No era solo el mensaje, era el tono. Era la burla escondida detrás de cada palabra. Era saber que mientras yo comía sola en esta casa que ayudé a pagar, ellos estaban brindando con copas de vino en el restaurante Miraflores.
Ese lugar donde el plato más barato cuesta 850 pesos. Abrí Instagram. No debí hacerlo, pero lo hice. Ahí estaban las fotos. Mi hijo con su camisa blanca que yo misma había planchado esa mañana. Valeria con un vestido rojo entallado, sonriendo como si fuera la dueña del mundo. Mis nietos comiendo camarones mientras hacían caras graciosas a la cámara. Mi hermana política, mi cuñado, hasta la suegra de Valeria estaba ahí, todos, menos yo. El pie de foto decía, “Celebrando el ascenso de mi reina, gerente regional a los 34 años.
Brindemos por las mujeres que no se detienen. 237 likes en 20 minutos. Cerré la aplicación, dejé el teléfono sobre la mesa, miré mi sopa enfriándose y entonces algo extraño pasó. No lloré, no grité, no rompí nada. Una calma helada me invadió por completo, como si mi cuerpo supiera algo que mi mente todavía estaba procesando. Me levanté despacio, caminé hacia mi cuarto y abrí el closet. Porque lo que ellos no sabían, lo que nadie en esa mesa llena de risas y brindis imaginaba, es que yo había estado preparándome para este momento durante meses.