MI MARIDO ME GOLPEÓ EN EL HOSPITAL JUSTO DESPUÉS DE DAR A LUZ… PERO NO ESPERABA LA VENGANZA QUE…

Miguel Mendoza sostuvo a su nieto Leonardo con la ternura que solo un abuelo puede mostrar. Sus manos curtidas por años de servicio militar contrastaban con la delicadeza con la que acariciaba la pequeña frente del bebé, pero sus ojos de sargento no dejaban de observar cada detalle de la escena que se desarrollaba ante él.

Ricardo caminaba nerviosamente por la pequeña sala, encendiendo y apagando el televisor, moviendo objetos sin propósito. Su comportamiento inquieto confirmaba las sospechas que se habían formado en la mente experimentada de su padre.

—Leonardo es un niño hermoso —dijo Miguel sin apartar la mirada de Camila—. Se parece mucho a ti cuando eras bebé, Ricardo.

—Sí, papá, es un niño muy tranquilo —respondió Camila con una sonrisa forzada.

—¿Cómo fue el parto, hija? Me dijeron que estuviste muchas horas en trabajo de parto.

La pregunta aparentemente inocente hizo que Ricardo se tensara visiblemente. Camila bajó la mirada y sus mejillas se sonrojaron debajo del maquillaje.

—Fue… fue normal, un poco largo, pero normal.

Miguel asintió, pero continuó con sus preguntas estratégicas, usando la misma técnica que empleaba para interrogar soldados sospechosos.

—¿Y los doctores te trataron bien? ¿Las enfermeras fueron amables contigo?

—Sí, señor Miguel, todos fueron muy profesionales.

—¿Ricardo estuvo contigo todo el tiempo? —preguntó mirando directamente a su hijo.

—Por supuesto que estuve —interrumpió Ricardo bruscamente—. No iba a dejar sola a mi esposa en un momento así.

La rapidez y agresividad de la respuesta de Ricardo levantó más banderas rojas en la mente del sargento. En el ejército había aprendido que quien responde demasiado rápido y con demasiada vehemencia generalmente tiene algo que ocultar.

Me da mucho gusto saber que cuidaste bien de Camila —dijo Miguel con un tono que su hijo no pudo interpretar completamente.

En ese momento, Leonardo comenzó a llorar suavemente. Camila se levantó de inmediato, pero al hacerlo demasiado rápido, se tambaleó ligeramente.

Miguel, con sus reflejos militares intactos, se acercó para ayudarla y al sostenerla del brazo, sintió como ella se encogía automáticamente, como si esperara dolor. Esa reacción le dijo más que mil palabras.

—¿Estás bien, Camila? Te veo muy pálida —observó Miguel.

—Solo estoy un poco cansada. Es normal después del parto.

Miguel devolvió cuidadosamente el bebé a Camila, pero cuando ella extendió los brazos, las mangas de su blusa se levantaron ligeramente, revelando marcas circulares en sus muñecas. Marcas que el sargento reconoció inmediatamente. Eran huellas de dedos de alguien que la había sujetado con fuerza brutal.

El veterano militar sintió una ira fría y controlada comenzar a crecer en su pecho. Era la misma sensación que había experimentado en combate cuando identificaba al enemigo.

—Ricardo —dijo con voz calmada pero firme—, ¿podrías traerme un vaso de agua, por favor?

—No puedes pedírselo a Camila. Ella está aquí para eso.

La respuesta de Ricardo fue la gota que derramó el vaso. Miguel había criado a sus hijos para respetar y proteger a las mujeres, especialmente a sus esposas. Escuchar a su propio hijo hablar de Camila como si fuera una sirvienta, le confirmó lo que ya sospechaba.

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