Nos sentamos en el salón, donde el tiempo parecía haberse detenido. El mismo sofá de flores, la misma foto enmarcada de mi madre en la chimenea.
Saqué la carta. «Encontré el vestido de novia de mamá», dije. «Había una nota dentro. Decía que tenía miedo. Que había descubierto algo sobre ti».
Él se puso rígido, su expresión vaciló. «¿Qué quieres decir?» Lo miré directamente a los ojos. «¿Le mentiste, David? ¿Sobre tu pasado? ¿Sobre tu exmujer?»
Soltó un largo y cansado suspiro. «No mentí», dijo en voz baja. «No se lo conté todo. Margaret era… complicada. El divorcio aún no estaba finalizado cuando conocí a tu madre. Estaba esperando a que terminaran los trámites, pero ella lo descubrió antes de que pudiera explicarlo. Creyó que la había traicionado».
«¿Y el dinero?» Él dudó. «Se lo pedí prestado para cerrar los últimos puntos del divorcio. Tenía la intención de devolvérselo, pero cuando me confrontó, estaba furiosa. Dijo que ya no podía confiar en mí».
Bajó la mirada a sus manos. «Se fue esa misma mañana. Le supliqué que se quedara, pero ya estaba decidida». Había dolor en su voz, pero también culpa. No sabía qué creer.
«¿Por qué nunca me hablaste de esto?», susurré. «Porque quería protegerte», dijo en voz baja. «Eras una niña. Ya habías perdido mucho».