A la mañana siguiente, me presenté en el banco a primera hora. Hablé con Sebastián. —Sebastián, necesito hablar contigo sobre algo muy serio. Mi hijo hizo transferencias de mi cuenta sin mi autorización. Sebastián revisó el sistema y su rostro cambió. —Efectivamente, Sra. Mary. Hubo tres grandes transferencias en las últimas dos semanas. Todas a una cuenta a nombre de Sarah Menddees Ruiz. Total: 280.000 dólares.
Sebastián bloqueó mi cuenta inmediatamente y me dio un informe completo. —Necesita ir a la fiscalía hoy mismo para presentar una denuncia formal. Sin eso, no podemos intentar bloquear el dinero en la otra cuenta. —Haré la denuncia —dije con voz firme—. Robert dejó de ser mi hijo cuando decidió robarme.
Fui a la fiscalía con Rebecca. Presenté la denuncia por abuso financiero y apropiación indebida. La fiscal, Sandra, nos tomó declaración y prometió actuar rápido. Esa tarde, Robert me llamó. —Mamá, ¿intentaste usar tu cuenta hoy? Recibí una notificación de que está bloqueada. —¿Bloqueada? —fingí sorpresa—. No sé nada. Mañana iré al banco a preguntar. Ahora sabía que algo no había salido según su plan. Eso lo pondría nervioso.
Dos días después, Sandra me llamó. —Sra. Mary, venga a mi oficina. Hemos descubierto algo importante. En la fiscalía, conocimos a Elías Mendoza, un hombre mayor con la mirada derrotada. —El hijo de Elías estuvo casado con Sarah hace cuatro años —explicó Sandra—. El patrón fue idéntico. Sarah manipuló al hijo para robarle 120.000 dólares a su padre y luego desaparecieron. Elías me miró con tristeza. —No denuncié porque era mi hijo. Fue el peor error de mi vida. Pero esta vez voy a testificar.
Con el testimonio de Elías, el caso se volvió mucho más fuerte. Sarah era una estafadora en serie y Robert su cómplice. Al día siguiente, Sarah fue arrestada en el aeropuerto intentando huir con maletas llenas de dinero. Robert estaba con ella. Ambos fueron detenidos. Recuperaron 260.000 dólares en efectivo y joyas por valor de 20.000. Prácticamente todo mi dinero.