Mi Hija Dijo Que Le Daba Asco… Así Que Vendí Todo y Me Fui Sin Decirle Nada…

Durante mis primeros meses en Miami, Esperanza movió cielo y tierra para encontrarme, contrató detectives privados, puso avisos en periódicos, contactó a la policía de varios países, pero Aurelio Mendizábal había desaparecido completamente y Aurelio Méndez era invisible. Elena me contaba por teléfono todo lo que estaba pasando. Aurelio, tu hija está desesperada. Ha bajado 15 kg. No come, no duerme. Los chicos le preguntan todos los días cuándo va a volver el abuelo y ¿qué les dice? Les dice que el abuelo se fue de viaje, pero que va a volver pronto.

Elena, yo no voy a volver. No, ahora. No, nunca. Hermano, tal vez tu hija aprendió la lección. Tal vez ahora valora lo que perdió. Elena, si Esperanza me valorara, no me habría dicho que le daba asco. Lo que ella valora ahora es el dinero que perdió, no al padre que humilló. ¿Y los nietos? ¿No te importan los nietos? Esa pregunta me dolió más de lo que Elena podía imaginar. Por supuesto que me importaban mis nietos. Los extrañaba todos los días, pero había tomado una decisión y la iba a sostener.

Elena, mis nietos van a crecer con la madre que eligieron tener. Una madre que les va a enseñar que los viejos son asquerosos, que la familia se puede humillar cuando molesta. Tal vez sea mejor que no tengan la influencia de un abuelo que piensa diferente. Hace tres meses, Elena me contó que Esperanza había tenido que dejar la casa porque no podía pagar el alquiler. Se mudó a un departamento pequeño con los chicos. Está trabajando dos trabajos para poder llegar a fin de mes.

¿Y cómo están los chicos? Tristes, Aurelio. Muy tristes. Preguntan por vos todos los días. Matías me dijo algo que me partió el corazón. siguió contando Elena. Me dijo tía Elena, “¿Será verdad que el abuelo se fue porque somos malos nietos? La pobre criatura piensa que vos te fuiste por culpa de ellos. Esa noche lloré por primera vez desde que llegué a Miami. Lloré porque mis nietos pensaban que yo me había ido por su culpa. Lloré porque una decisión que había tomado para castigar a mi hija también estaba lastimando a dos inocentes.

Pero no cambié de opinión. Si mis nietos estaban sufriendo, era porque su madre había elegido humillar a su abuelo en lugar de respetarlo. Las consecuencias de sus palabras no las iba a sufrir solo yo. El mes pasado, Elena me contó que Esperanza había empezado terapia psicológica. Le diagnosticaron depresión severa. El psicólogo le dijo que tiene que procesar la culpa de haber perdido a su padre por sus propias palabras. ¿Y qué dice ella en terapia? dice que se arrepiente, que daría cualquier cosa por pedirte perdón.

Elena, si Esperanza se arrepiente, no es por las palabras que me dijo, se arrepiente por las consecuencias económicas de esas palabras. ¿Vos realmente creés eso, Aurelio, Elena, si yo hubiera sido un viejo pobre si no hubiera tenido propiedades ni ahorros, crees que Esperanza estaría tan desesperada por encontrarme? Elena se quedó callada. Sabía que yo tenía razón. Si yo hubiera sido un viejo sin dinero, Esperanza habría sido feliz de que me fuera. El problema no era mi ausencia, era la herencia perdida.

Leave a Comment