Mi Hija Dijo Que Le Daba Asco… Así Que Vendí Todo y Me Fui Sin Decirle Nada…

Ya no era el abuelo al que alejaban de sus nietos. Era Aurelio Mendizábal, un hombre de 71 años con $10,000 y el resto de su vida por delante. Llegué a Miami a las 8 de la noche. En el aeropuerto me esperaba un contacto que el Dr. Ruiz me había conseguido, un hombre que se dedicaba a ayudar a gente que quería empezar una nueva vida. Señor Mendizábal, bienvenido a su nueva vida. ¿Está listo para desaparecer? En una semana tenía documentos nuevos, una cuenta bancaria nueva, un departamento alquilado en un barrio tranquilo de Miami y un teléfono nuevo.

Oficialmente, Aurelio Mendizábal había desaparecido de la faz de la Tierra. En su lugar había nacido Aurelio Méndez, jubilado argentino que vivía cómodamente de sus ahorros. Mientras tanto, en Argentina, Esperanza había llegado a casa después de su primer día de trabajo y había encontrado mi carta. Mi hermana Elena me contó después que Esperanza la había llamado gritando histéricamente, “Tía Elena, papá desapareció, se llevó cosas de la casa y dejó una carta diciendo que se fue para siempre.” “¿Y qué decía la carta exactamente?”, le preguntó Elena.

Esperanza le leyó mi carta completa. Elena se quedó callada durante un rato largo. “Eperanza, ¿vos realmente le dijiste a tu papá que te daba asco?” Sí, pero fue en un momento de enojo. No lo decía en serio. Esperanza, tu papá es un hombre orgulloso. Si te fue es porque está muy lastimado. Tía, ayúdame a encontrarlo. No puede haber ido muy lejos. No tiene mucho dinero. ¿Vos sabes cuánto dinero tenía tu papá? No mucho, tía. Una jubilación, algunos ahorros.

Elena se rió amargamente. Esperanza. Tu papá tenía esta casa que vale una fortuna, dos departamentos que alquilaba y ahorros que vos ni te imaginás. Si se fue, se fue con todo y si vendió las propiedades, debe tener cerca de un millón de dólares. Esperanza se desmayó. Literalmente se desmayó cuando Elena le dijo cuánto dinero había perdido por llamarme asqueroso. Cuando se despertó, empezó a llorar como una loca. Tía, yo no sabía que papá tenía tanto dinero. Si hubiera sabido, nunca le habría dicho esas cosas horribles.

Esperanza, el problema no es que no sabías que tenía dinero. El problema es que le dijiste a tu propio padre que te daba asco. Eso no se hace ni aunque sea pobre. Pero tía, yo estaba estresada, enojada, frustrada. No era mi intención lastimarlo tanto. La intención no importa esperanza. Las palabras una vez dichas no se pueden borrar. Y tu papá es un hombre que no perdona las humillaciones. Elena tenía razón. Yo era un hombre que no perdonaba las humillaciones y la humillación más grande de mi vida había sido escuchar a mi propia hija decir que le daba asco.

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