En 10 días había vendido todo. La casa donde vivíamos la vendí por $250,000. Los dos departamentos los vendí por 120,000 cada uno. Saqué todos mis ahorros del banco. En total tenía 710,000 en efectivo. Una fortuna que me iba a permitir vivir cómodamente el resto de mi vida en cualquier lugar del mundo. Mientras tanto, Esperanza no notaba nada raro. Yo seguía comportándome como el viejo asqueroso de siempre, tratando de no molestarla con mi presencia repugnante. Ella seguía evitándome, hablándome lo mínimo indispensable, alejando a los chicos de mí.
Una tarde, mientras ella estaba en una entrevista de trabajo, aproveché para hablar con mis nietos. Matías, Sofía, el abuelo los quiere mucho. Quiero que se acuerden siempre de eso. ¿Por qué nos decís eso, abuelo? Me preguntó Sofía con sus 12 años. ¿Te vas a morir? No, mi amor, no me voy a morir. Pero el abuelo tal vez tenga que irse de viaje por mucho tiempo. ¿A dónde te vas, abuelo?, me preguntó Matías. No sé todavía, Matías, pero quiero que sepan que ustedes son lo mejor que me pasó en la vida.
Les di a cada uno sobre con 000 en efectivo. Esto es para cuando sean grandes. Es un regalo del abuelo asqueroso. Abuelo, ¿por qué te decís asqueroso? Nosotros no pensamos que sos asqueroso. Lo sé, mis amores. Ustedes me ven con ojos de amor, pero hay gente que me ve con otros ojos. El miércoles pasado era el día elegido para mi desaparición. Esperanza. Había conseguido trabajo en una oficina contable y empezaba esa misma mañana. Los chicos tenían clases hasta las 5 de la tarde.
Tenía el día entero para ejecutar mi plan sin interferencias. A las 8 de la mañana, después de que se fueron todos, llamé a una empresa de mudanzas. Necesito que vengan hoy mismo a retirar algunos muebles. Les dije que se llevaran solo las cosas de valor: el televisor grande, el equipo de música, la computadora, algunos electrodomésticos caros. El resto lo dejé para que Esperanza entendiera el mensaje. A las 10 de la mañana, los de la mudanza se habían llevado todo lo que yo quería.
A las 11 llegó un taxi que me esperaba para llevarme al aeropuerto. Tenía una valija con ropa para una semana y un bolso con $10,000 distribuidos en billetes de diferentes denominaciones. Antes de irme dejé una carta sobre la mesa de la cocina, una carta que había escrito y reescrito 10 veces hasta que quedó perfecta. La carta decía, “Esperanza, como te dije que te daba asco mi presencia, decidí regalarte lo que tanto deseabas, mi ausencia permanente. Vendí todo lo que tenía y me fui para siempre.
Ahora ya no vas a tener que soportar a este viejo asqueroso nunca más. Que seas feliz, tu padre repugnante. A las 12 del mediodía ya estaba en el aeropuerto esperando mi vuelo a Miami. Había elegido Estados Unidos porque era el lugar más fácil para desaparecer. Con mi dinero podía comprar una nueva identidad, alquilar un departamento, vivir cómodamente sin que nadie me encontrara jamás. Durante el vuelo me sentí libre por primera vez en meses. Ya no era el viejo asqueroso que tenía que caminar en puntas de pie en su propia casa.