No puedo cambiar el hecho de que cuando estás en la misma habitación que yo me siento incómoda. No puedo cambiar el hecho de que a veces cuando me abrazas tengo que aguantarme las náuseas. Náuseas. Mi propio abrazo le daba náuseas a mi hija. Me quedé parado en esa cocina, sosteniendo mi taza de té, mirando a la mujer que había salido de mi cuerpo, que había criado con amor durante 35 años, que había protegido, educado, cuidado. Y ella me estaba diciendo que mi existencia la repugnaba.
Entiendo, le dije. No te preocupes, Esperanza. No es culpa tuya sentir lo que sentís. No estás enojado conmigo, papá. No, hija, no estoy enojado, solo estoy triste. Papá, tal vez con el tiempo las cosas mejoren. Tal vez me acostumbre. Tal vez se acostumbrara a soportar mi presencia repugnante. Qué perspectiva tan alentadora para mis últimos años de vida. Esa noche, sentado en mi escritorio, tomé la decisión más importante de mi vida. Si mi presencia era tan repugnante para mi hija, si mi existencia le causaba tanto asco, entonces iba a desaparecer para siempre.
Pero no me iba a ir como un viejo derrotado y humillado. Me iba a ir como un hombre que todavía tenía dignidad. Lo que Esperanza no sabía es que su padre, asqueroso, había sido muy inteligente con el dinero durante toda su vida. La casa donde vivíamos valía $300,000. tenía otros dos departamentos que alquilaba, que valían $150,000 cada uno. Tenía ahorros en el banco por 200,000 más. En total tenía un patrimonio de $00,000 que mi hija creía que algún día iba a heredar, pero después de escuchar que le daba asco, que mi presencia la repugnaba, que mi abrazo le daba náuseas, decidí que esperanza no iba a haber ni un centavo de ese dinero.
Si yo era tan asqueroso, entonces mi dinero también debía hacerlo. A la mañana siguiente llamé a mi abogado, el Dr. Ruiz, que me conocía desde hacía 30 años. Doctor, necesito verlo urgente. Es sobre mi testamento y algunas propiedades. En su oficina le expliqué toda la situación, como mi hija me había dicho que le daba asco, como había decidido desaparecer para siempre. Don Aurelio, ¿está seguro de lo que quiere hacer? Es una decisión muy drástica. Doctor, mi hija me dijo que soy asqueroso, que mi presencia le da náuseas.
¿Usted qué haría en mi lugar? Entiendo su dolor, don Aurelio, pero tal vez su hija solo estaba pasando por un momento difícil. La separación, los chicos, la presión económica. Doctor, una persona puede decir muchas cosas cuando está presionada, pero cuando alguien te mira a los ojos y te dice que le das asco, eso sale del alma. Eso no se puede fingir. ¿Y qué quiere hacer exactamente? Quiero vender todo, la casa, los departamentos, sacar todo el dinero del banco y después quiero desaparecer sin dejar rastro.
El doctor Ruiz se quedó callado durante un rato largo. ¿Y a dónde piensa irse? A cualquier lugar donde un viejo asqueroso pueda vivir en paz, doctor, lejos de hijas que lo ven como una repugnancia. Y el dinero de las ventas, ese dinero va a venir conmigo, doctor, para mi nueva vida. Durante las siguientes dos semanas. Puse en marcha el plan más elaborado de mi vida. Contraté a una inmobiliaria discreta para que vendiera las propiedades. Les dije que era una venta urgente, que aceptaría ofertas por debajo del precio de mercado con tal de cerrar rápido.