Mi Hija Dijo Que Le Daba Asco… Así Que Vendí Todo y Me Fui Sin Decirle Nada…

Papá, vos sabes que te quiero mucho. Es solo que bueno, convivir es difícil para todos. Estamos pasando por un periodo de adaptación. Periodo de adaptación. Como si el problema fuera la adaptación, no el hecho de que mi presencia le daba náuseas. Esperanza, si querés, puedo buscarme otro lugar donde vivir. No quiero ser una molestia para vos y los chicos. No, papá, no digas esas cosas. Esta es tu casa. Nosotros somos los que estamos viviendo acá de favor.

De favor. Exactamente así me sentía. como alguien que vivía de favor en su propia casa. Los días siguientes fueron insoportables. Cada gesto mío, cada movimiento, cada sonido que hacía parecía molestar a esperanza. Me servía comida en un plato aparte porque los chicos se impresionan cuando ves comer a papá. Me pedía que no me sentara en el sillón de la sala porque después queda con olor a viejo. Cuando mis nietos querían pasar tiempo conmigo, Esperanza siempre encontraba una excusa para separarlos.

Matías, no molestes al abuelo, está cansado. Sofía, vení acá. El abuelo necesita descansar. Como si yo fuera un enfermo terminal que no podía interactuar con sus propios nietos. Hace un mes las cosas llegaron al límite. Yo estaba en la cocina preparándome un té cuando llegó Esperanza del supermercado. Venía con cara de mal humor, cargada de bolsas pesadas. Papá, ¿podés correrte? Necesito usar la cocina. Por supuesto, hija. Solo me estoy haciendo un té. Ay, papá, por favor. Ya te hiciste té a las 3.

¿En serio necesitas otro? Bueno, si te molesta, no me lo hago. No es que me moleste, es que, ay, papá, no sé cómo decirte esto sin lastimarte. Decime qué pasa, esperanza. Se quedó callada durante un rato largo guardando las compras en la heladera. Finalmente se dio vuelta y me miró con una expresión que nunca voy a olvidar. Una mezcla de fastidio, cansancio y algo peor. Repugnancia genuina. Papá, la verdad es que me cuesta mucho convivir con vos.

Todo lo que hacés me molesta. La forma como comés, como respirás, cómo te moves por la casa. Es como si como si tu sola presencia me diera asco. Asco. Mi hija acababa de decirme que le daba asco. No es culpa tuya, papá. Es que sos viejo. Y los viejos, bueno, los viejos son asquerosos por naturaleza. Huelen raro, hacen ruidos raros, tienen hábitos asquerosos. Y yo sé que es horrible lo que te estoy diciendo, pero no puedo evitar sentirlo, viejo asqueroso.

Esas fueron las palabras que usó mi hija para describirme. Esperanza le dije con una calma que no sentía. ¿Realmente pensás que soy asqueroso? Papá, por favor, no me hagas sentir peor de lo que ya me siento. Yo sé que está mal lo que estoy diciendo. Sé que vos sos mi padre y que te debo respeto, pero no puedo cambiar lo que siento. No puedo cambiar el hecho de que cuando te veo comer me dan ganas de vomitar.

Leave a Comment