Mi Hija Dijo Que Le Daba Asco… Así Que Vendí Todo y Me Fui Sin Decirle Nada…

Al principio pensé que tenía razón. Tal vez después de 4 años viviendo solo, me había descuidado un poco. Empecé a prestar más atención a mi aspecto personal. Me cortaba las uñas dos veces por semana. Me bañaba todos los días. Compré ropa nueva, pero los comentarios no pararon. empeoraron. Papá, cuando masticás haces mucho ruido. Es desagradable comer contigo. Papá, cuando caminás por la casa de noche, despertas a los chicos. ¿Podrías moverte más silencioso? Papá, esa tos tuya es muy molesta.

¿No podrías toser en otra habitación? Cada palabra era como una apuñalada. Yo había empezado a caminar en puntas de pie en mi propia casa, a comer en silencio absoluto, a aguantarme la tos para no molestar. Me estaba convirtiendo en un fantasma por segunda vez, pero ahora por culpa de mi propia hija. Un día, mientras yo estaba en el jardín podando las rosas que Rosa había plantado años atrás, escuché a Esperanza hablando por teléfono con su hermana, mi otra hija que vive en España.

Sí, Paula, estoy viviendo con papá, pero es horrible. No sabes lo que es convivir con un viejo. Todo en él me molesta. No me daba cuenta cuando era chica, pero ahora que estoy acá todos los días me doy cuenta de que papá se ha vuelto repugnante. Huele raro. Hace ruidos asquerosos. Tiene hábitos de viejo que me dan náuseas. Repugnante, asqueroso, náuseas. Mi propia hija hablaba de mí como si fuera un animal enfermo. No sé cuánto tiempo más voy a poder aguantar vivir acá, pero no tengo otra opción.

al menos hasta que consiga trabajo y pueda alquilar algo. Me estaba usando. Me estaba soportando porque no tenía alternativa, no porque me quisiera o me respetara. Esa noche no pude dormir. Me quedé despierto pensando en las palabras de esperanza. Realmente me había vuelto repugnante. Era tan desagradable convivir conmigo. Me levanté y me miré en el espejo del baño. Vi a un hombre de 71 años, delgado, con arrugas, con manchas de vejez en las manos, con el pelo blanco y escaso.

Un viejo. Eso era lo que veía mi hija cuando me miraba. Un viejo desagradable. A la mañana siguiente traté de hablar con esperanza. Hija, ayer te escuché hablando por teléfono. Si mi presencia te molesta tanto, tal vez sea mejor que busques otra solución. Me miró con cara de sorpresa, como si no pudiera creer que yo hubiera escuchado su conversación privada. Papá, no era mi intención que escucharas eso. Estaba desahogándome con Paula nada más. Pero es lo que realmente sentís, ¿no?

Leave a Comment