Mi Hija Dijo Que Le Daba Asco… Así Que Vendí Todo y Me Fui Sin Decirle Nada…

Mi nombre es Aurelio Mendizábal. Tengo 71 años y mi única hija me miró a los ojos y me dijo que le daba asco, que mi presencia la repugnaba, que no soportaba ni verme. Esas fueron sus palabras exactas. Pero lo que ella no sabía es que mientras me decía esas cosas horribles, yo ya había tomado la decisión más radical de mi vida. Vender absolutamente todo lo que tenía, desaparecer sin dejar rastro y dejarla preguntándose para siempre. ¿Qué fue lo que realmente perdió ese día?

Todo empezó hace 6 meses, cuando mi hija Esperanza, de 35 años, se mudó a mi casa con sus dos hijos después de separarse de su marido. Yo vivía solo desde que murió mi esposa Rosa hace 4 años en una casa grande de cinco habitaciones que habíamos comprado juntos en 1980. Cuando Esperanza me pidió ayuda, yo no dudé ni un segundo. Papá. Roberto me dejó por otra mujer más joven. Me quedé sin casa, sin dinero, sin nada. ¿Puedo venir a vivir contigo hasta que me organice?

Por supuesto que podía venir. Era mi hija, la madre de mis nietos de 8 y 12 años. Mi casa siempre iba a ser su casa. Los primeros días fueron hermosos. Después de 4 años de soledad, volver a escuchar risas de niños, voces en la cocina, televisión en la sala me devolvió la vida. Matías y Sofía, mis nietos, corrían por toda la casa, me pedían que les contara cuentos, me ayudaban a regar las plantas del jardín. Me sentía útil otra vez, importante, necesario.

Esperanza parecía agradecida. Papá, no sé qué habría hecho sin vos. Sos un salvador. Me cocinaba, me lavaba la ropa, ordenaba la casa. Era como volver a tener familia completa después de años de vivir como un fantasma en mi propia casa. Pero después de dos semanas empezaron los comentarios. Papá, ¿por qué no te cortas las uñas más seguido? Se ven feas. Papá, podrías bañarte más a menudo. A veces tenés un olor raro. Papá, esa camisa está muy vieja, te hace ver descuidado.

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