—Sí. De un tipo usado en manualidades escolares o en algunos juguetes. Y encontramos pequeñas fibras sintéticas. Coinciden con la superficie interior de un columpio de plástico, de esos que hay en parques infantiles.
La información me desconcertó por completo.
—¿Qué tiene que ver un columpio con lo que dijo mi hija?
El sheriff apoyó las manos sobre la mesa y dijo:
—Su hija podría estar confundiendo el dolor físico con algo muy diferente a lo que usted temió. Necesitamos que nos cuente todo lo que ha pasado en los últimos días. Cualquier detalle puede importar.
Le hablé del fin de semana anterior: la llevé al parque, jugó en los columpios nuevos que habían instalado, resbaló varias veces. Recordé que al volver a casa dijo que “le dolía sentarse”, pero pensé que era por una caída. Nada más.
El sheriff asintió.
—Es posible que tenga un moretón serio. Y que, cuando se le preguntó en clase, simplemente lo expresó de la forma que una niña de seis años entiende el dolor: directa, confusa y sin matices. Pero todavía falta entender el dibujo.
Respiré hondo.
—Ella dibuja sombras grandes detrás de figuras pequeñas. Siempre lo ha hecho. Dice que son “gigantes buenos”, como los adultos que la cuidan.
La profesora no sabía eso. Yo tampoco lo había aclarado en el colegio.