Durante los días siguientes, los periodistas acamparon frente al hospital.
Los titulares hablaban de “la familia ejemplar de Valencia” convertida en un “nido de abuso doméstico”.
Los vecinos fingían sorpresa; algunos declaraban que “nunca imaginaron algo así”.
Yo sí lo había imaginado muchas veces, pero en silencio, sin testigos.
Una tarde, la periodista —Clara Suárez— pidió verme.
La reconocí por la voz: fue ella quien me respondió meses atrás cuando, desesperado, escribí a su buzón anónimo.
—Tu historia está ayudando a más gente de lo que crees —me dijo, con sinceridad—. Pero necesito que entiendas que ya no puedes volver atrás. Todo lo que hiciste salió a la luz.
Le pregunté si mis padres habían hablado.
—Lo niegan todo —respondió—. Dicen que inventaste las pruebas.
Lo esperaba.
Por eso había incluido registros médicos, mensajes, y el audio en el que mi padre me ordenaba “no provocar” a Lucas.
La verdad estaba sellada con su propia voz.
Sin embargo, no había victoria. Solo vacío.