Mi esposo viajó en secreto durante 15 días con su “mejor amiga”, y el día que regresó le hice una pregunta que lo dejó helado: ¿sabes qué enfermedad tiene ella?

El día que regresó, vino sonriente, con la piel bronceada y los brazos llenos de regalos. Incluso fingió interés: “Te eché mucho de menos, muchísimo de menos.” Yo permanecí en silencio, mi corazón se había enfriado. Cuando se sentó, lo miré directo a los ojos y le pregunté:

—¿Sabes qué enfermedad tiene ella?

Esa pregunta fue como un cuchillo directo en el corazón. Se quedó helado, su rostro se puso pálido.

—¿Qué… de qué hablas?

Fruncí los labios. Yo sabía el secreto que él jamás se imaginó: mi mejor amiga padecía una grave enfermedad contagiosa. Me enteré por casualidad gracias a una amiga que trabajaba en un hospital. Había recibido tratamiento varias veces, pero lo mantuvo en secreto. Aun así, seguía precipitándose en relaciones, y mi esposo —ese hombre necio— cayó en sus brazos.

—Te lo pregunto por última vez, ¿lo sabías? —dije con voz fría.

Él se quedó callado. Sus ojos estaban llenos de confusión y arrepentimiento. Empezó a temblar.

Semanas después, la verdad salió a la luz. Fue al médico porque su salud empeoraba. El examen reveló que tenía la misma enfermedad que mi amiga. No me sorprendió. Solo sentí amargura, porque el hombre que había sido mi esposo había arruinado su vida.

Por suerte, unos meses antes ya me había separado de él, cuando comprendí que el matrimonio no tenía salvación. Ya no éramos cercanos como pareja. Así que mi hija y yo estábamos completamente a salvo. Quizás esa fue la última protección que Dios nos dio.

Leave a Comment