Mi esposo presenta la solicitud de divorcio, y mi hija de 10 años le pregunta al juez: «¿Puedo mostrarle algo que mamá no sabe, Su Señoría?» El juez asintió. Cuando el video empezó a reproducirse, toda la sala del tribunal quedó paralizada en un silencio absoluto.

—Mamá, solo quería que la verdad saliera.

La besé en la frente.

—Lo hiciste muy bien, amor. Muy bien.

Pero en mi interior sabía que lo peor para Michael estaba por venir.

La segunda audiencia ocurrió dos semanas después. Para entonces, la investigación había confirmado que la mujer del video era una compañera de trabajo con quien Michael mantenía una relación extramarital desde hacía casi un año. Sus mensajes, obtenidos con orden judicial, mostraban una trama de mentiras que él había usado para justificar cada ausencia, cada cambio repentino de humor.

Cuando entramos al juzgado, Michael parecía otra persona: cabizbajo, demacrado y sin esa arrogancia que había mostrado al principio.

El juez no tardó en anunciar su decisión: la custodia principal sería mía, con visitas supervisadas para Michael mientras completaba asesoramiento familiar obligatorio. Además, el juez dejó claro que su engaño y el intento de culparme en la demanda serían considerados en cualquier procedimiento futuro.

Michael hundió la cara entre las manos.

Yo respiré por primera vez en mucho tiempo.

Después de la audiencia, Sophie y yo caminamos juntas hacia el coche. Ella, más ligera que días atrás, saltaba sobre las baldosas como si estuviera siguiendo un ritmo inventado. Cuando subimos al vehículo, se volvió hacia mí.

—¿Estás triste, mamá?

—No, cariño —respondí—. Estoy… liberada. Y orgullosa de ti.

Ella sonrió, tímida pero feliz.

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