El juez golpeó la mesa con la palma.
—No insulte mi inteligencia. Esto no es “contexto”; esto es una prueba.
Yo volví mi mirada hacia Sophie. Ella respiraba rápido, pero mantenía la cabeza en alto. La llamaron para declarar, y mi corazón se apretó cuando la niña caminó hacia el estrado con pasos pequeños pero decididos.
—Sophie —dijo el juez—, ¿cómo obtuviste este video?
—Lo grabé yo. Papá me llevó al restaurante esa tarde porque dijo que íbamos a comer helado después de que “hablara con una amiga del trabajo”. Pero cuando lo vi besándola, me escondí. Tenía miedo de decírselo a mamá… —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Pero no podía dejar que dijeran que la culpa era de ella.
Cada palabra era como una puñalada en el pecho.
Michael intentó acercarse, pero los agentes lo detuvieron.
La audiencia cambió de rumbo. El juez ordenó una pausa y pidió revisión legal del video. Los abogados de Michael intentaron desestimar todo, pero el daño estaba hecho: la credibilidad de él había caído por completo.
Al regresar, el juez anunció medidas temporales: suspensión de la solicitud de custodia compartida y evaluación psicológica para Sophie, pero aclaró que la niña no corría peligro conmigo. También cuestionó la integridad de Michael y su capacidad para priorizar el bienestar de su hija.
Michael, desesperado, intentó hablarme en el pasillo, pero yo lo ignoré. No quería gritos ni excusas. Lo único que importaba era Sophie.
Esa noche, en casa, mientras la abrazaba, Sophie murmuró: