Mi Esposo Me Llamó ‘Vieja’ Por Su Amante. Pero Cuando Yo Empecé… ¿Él Lo Perdió Todo.

Después del divorcio seguiría siendo mía. Pensar en la cara que pondría Javier cuando descubriera la verdad me producía una cierta expectación. El móvil volvió a sonar. Era mi suegra. Sofía, no te olvides de encargar el cochinillo asado de ese famoso restaurante de Segovia para mañana. A tu suegro le encanta. Sí, suegra, respondí. Mañana iba a ser un día interesante. Cuando la luz del amanecer se coló por las cortinas y me dio en los ojos, me sentí desorientada por un momento, como si todavía estuviera en ese dulce sueño autoinducido en el que mi marido me amaba.

Nuestro matrimonio era feliz y mi vida era perfecta. Hasta que vi el acuerdo de divorcio firmado sobre la mesita de noche, me incorporé de golpe. Mis dedos rozaron inconscientemente la firma extravagante de Javier. La tinta ya estaba seca, como el amor entre nosotros. La pantalla del móvil se iluminó. 7:15 de la mañana, tres llamadas perdidas y cinco mensajes. Todos de Javier. Deslicé la pantalla. El último mensaje había llegado hacía 10 minutos. No recuerdo lo que dije anoche.

Estaba borracho. Deja de enfadarte. Hoy es el cumpleaños de mamá. Pasaré a recogerte a las 10. Solté una risa amarga y tiré el móvil a un lado. La típica estrategia de Javier, fingir embriaguez, actuar como si nada hubiera pasado. Había visto esa táctica hasta la saciedad en los últimos dos años. La mujer en el espejo tenía ligeras ojeras, pero su mirada era sorprendentemente clara. Me eché agua fría en la cara, sintiendo un frescor que me calaba hasta los huesos.

A partir de hoy, ya no era la nuera de los Mendoza, ni un apéndice de Javier. Volvería a ser Sofía Navarro. La maleta estaba abierta sobre la cama, solo empaqué lo esencial y objetos de valor. Tendría tiempo de sobra para ocuparme del resto una vez que recuperara la plena posesión de la villa, Javier pensaría que no podría vivir sin él. Ja. Pronto descubriría lo equivocado que estaba. A las 8 en punto sonó el timbre. A través de la cámara de seguridad vi la cara familiar y redonda de Elena.

Hoy vestía un traje impecable y llevaba dos cafés en la mano. Y bien, afirmado ese cabrón, preguntó impaciente en cuanto abrí la puerta, sus ojos brillando como los de un zorro que ha vistado a su presa. Asentí y saqué el acuerdo del bolso para dárselo. Firmó sin mirar. Elena ojeó rápidamente los papeles, una sonrisa dibujándose en sus labios. Perfecto. Este idiota no tiene ni idea de lo que acaba de firmar. Señaló una cláusula en la última página.

Leave a Comment