Recogí el acuerdo y esbosé una leve sonrisa. Gracias por tu cooperación, Javier. Espero que tú y tu secretaria personal seáis muy felices. Cuando me di la vuelta para marcharme, le oí gritar a mi espalda. Deja de hacer el tonto. ¿Sabes que mañana es el cumpleaños de mi madre, verdad? No te olvides de preparar el regalo. No me giré. Cerré la puerta en silencio. De vuelta en el dormitorio, eché el cerrojo. Fue entonces cuando mi cuerpo empezó a temblar.
10 años de matrimonio terminados así. Pensé que me derrumbaría, que lloraría a mares, pero extrañamente solo sentía una inmensa liberación. Mi móvil vibró. Era un mensaje de Javier. No te pases. Mañana iremos a comer a casa de mi madre juntos. No respondí. En su lugar llamé a mi abogado. Señor Alonso, afirmado. Sí, sin siquiera leerlo. Perfecto. Nos vemos mañana por la mañana. Tras colgar, abrí la caja fuerte y saqué una gruesa carpeta. Contenía todas las pruebas que había reunido durante los últimos dos años.
Registros de hotel, extractos bancarios, grabaciones de llamadas. Acaricié aquellos papeles y recordé a Javier pidiéndome matrimonio bajo un almendro en flor 7 años atrás. El amor en sus ojos parecía tan real. Entonces, ¿cómo habíamos llegado a esto? En la universidad, Javier era el presidente del Consejo de Estudiantes, brillante y carismático. Me cortejó durante 2 años. Yo provenía de la familia dueña del grupo Solaria. Mi padre era un conocido empresario. Él venía de una familia con lazos en la política y los negocios.
A simple vista, éramos la pareja perfecta. Mi padre me advirtió que su familia era complicada, pero yo, cegada por el amor, insistí en que era él o nadie. Los dos primeros años de matrimonio fueron dulces hasta que la empresa de mi padre atravesó dificultades. La actitud de mi familia política cambió de la noche a la mañana. Mi suegra empezó a criticarme por mis aires de niña rica y Javier se volvió cada vez más distante, no por trabajo, sino por indiferencia.
Abrí la galería de mi móvil y encontré una foto familiar del año pasado. Qué estampa tan armoniosa. Yo, elegante y serena, Javier, apuesto y distinguido. Mis suegros sonrientes. ¿Quién podría imaginar que esa misma tarde después de tomar esa foto, Javier se fue a encontrar con Laura Fuentes? Fuera. Ya había oscurecido. Me levanté y empecé a hacer una pequeña maleta. Me iría a primera hora de la mañana. Esta villa estaba a mi nombre. Fue un regalo de bodas de mi padre.