Mi Esposo Me Llamó ‘Vieja’ Por Su Amante. Pero Cuando Yo Empecé… ¿Él Lo Perdió Todo.

Mi marido consolaba a su amante por teléfono. Cuando le presenté el acuerdo de divorcio, ni siquiera lo miró. Tomó la pluma estilográfica y estampó su firma con un rápido gesto. Cuando vendí nuestra villa por 5 millones de euros y regresé a casa de mis padres, mi familia política, que de repente se vio sin nada, se quedó completamente desolada. Cariño, no te enfades. Iré a verte mañana mismo. ¿Qué importa esa vieja si mi padre no me hubiera obligado a casarme con alguien de nuestro nivel en aquel entonces?

¿Crees que la habría mirado siquiera? Yo estaba de pie al otro lado de la puerta del despacho. El calor del té verde que acababa de preparar se desvanecía lentamente, como mi corazón, que se enfriaba a cada instante. La voz de Javier se filtraba por la puerta entornada. Su tono era tan dulce que resultaba hiriente, una dulzura que no me había mostrado en los últimos dos años. Tú eres mi verdadero amor. En cuanto le saque todo el patrimonio, me divorciaré de ella.

Engañarla es pan comido. Lleva años sin mirar un solo libro de cuentas de la empresa. Mis nudillos se pusieron blancos al apretar el borde de la taza. Qué irónico. Solo quería llevarle una taza de té y en cambio escuché la confesión más sincera que jamás me había hecho. Mi reflejo distorsionado temblaba en la superficie del té. Sofía Navarro, 30 años. En esta casa me había convertido en el hazme reír. Me retiré en silencio y dejé la taza sobre la consola del pasillo.

Luego volví a nuestro dormitorio. El corazón me latía con fuerza en el pecho, pero no derramé ni una lágrima. Dicen que cuando el dolor alcanza su punto máximo, las lágrimas se secan. Mi rostro se reflejaba en el espejo del tocador. Mi piel seguía lisa, pero ya se dibujaban finas arrugas alrededor de mis ojos. Esbosé una sonrisa forzada. La mujer del espejo me la devolvió, pero su mueca era más triste que cualquier llanto. 10 años de matrimonio, traicionados.

Rebusqué en el fondo de un cajón y saqué los papeles que ya tenía preparados. El tacto frío y liso del papel me calmó un poco. Era un acuerdo de divorcio que había redactado y modificado innumerables veces durante los últimos tres meses, cada cláusula revisada por mi abogado. Javier no sabía que la esposa a la que consideraba fácil de engañar ya no era la joven ingenua que una vez lo había arriesgado todo por amor. Respiré hondo y con el acuerdo y una pluma en la mano me dirigí al despacho.

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