Mi esposo hizo una reservación en un restaurante elegante para celebrar mi cumpleaños. Pasé todo el día arreglándome, emocionada por lo que pensé que sería una sorpresa de su parte. Pero esa noche, la puerta se abrió y mi suegra salió luciendo un vestido de noche brillante. “¡Hijo, estoy lista!”. Él me miró con una sonrisa burlona. “¿De verdad pensaste que esto era para ti?”. No discutí. Simplemente observé… y esperé. Cerca de la medianoche, mi teléfono no dejaba de sonar: “¡Cariño, bloquearon mi tarjeta! ¡Necesito veintiocho mil en efectivo, ahora mismo!”. Sonreí y dije lo único que lo dejó mudo por completo: “Lo siento… pero ese ya no es tu dinero”.
Elena Carter había pasado toda la tarde arreglándose: rizándose el cabello, eligiendo el vestido verde esmeralda que había estado guardando durante meses y maquillándose con ese tipo de cuidadosa ilusión que rara vez sentía ya. Su esposo, Michael, había mencionado una reservación en Aurelius, uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad, y algo en su tono le hizo pensar —quizás, solo quizás— que él había planeado algo especial para su cumpleaños este año.
Al caer la tarde, estaba lista. Esperó junto al espejo del pasillo, aferrando su pequeño bolso de mano, ensayando el suave “gracias” que esperaba poder decir. Cuando Michael finalmente apareció, ajustándose los gemelos, sintió una punzada de esperanza. Pero antes de que pudiera siquiera hablar, la puerta principal se abrió.
Allí parada estaba su madre, Victoria, luciendo un vestido de noche plateado y brillante que destellaba bajo las luces del recibidor. Su cabello estaba peinado con ondas estilo Hollywood, claramente arreglado por un profesional.
—¡Hijo, estoy lista! —canturreó ella, levantando la barbilla con orgullo. Elena se quedó helada. Los ojos de Victoria se deslizaron sobre ella como si fuera algo sin importancia. —Oh —añadió casualmente—, ¿tú también estás arreglada?
Michael sonrió con burla, ese tipo de sonrisa que cargaba más crueldad que humor. —¿De verdad pensaste que esto era para ti? —dijo, con la voz cargada de condescendencia—. Es la cena de celebración de mi madre. Ella se lo merece más.