Mi esposa abandonó a nuestra hija de cuatro años. Para salvar su cumpleaños, le pagué a una empleada de una panadería para que se hiciera pasar por su madre durante una semana. Estaba desesperado. No tenía ni idea de que esta mentira acabaría salvándonos… o destruyéndonos por completo.

Sus ojos, de un marrón suave y compasivo, se endurecieron ante la menor provocación.

—Señor Reed —comenzó, con voz baja pero firme—, creo que me confunde con alguien a quien se puede comprar.

Sentí un calor intenso en la nuca. Tenía razón. Estaba tratando esto como una adquisición hostil, un problema que se solucionaba con dinero.

—No, yo… lo siento —tartamudeé, mi confianza habitual desvaneciéndose—. Es que… estoy desesperado. Soy padre y estoy fracasando.

Miré a Sophie, que ahora le explicaba a la langosta del acuario vecino las sutiles dinámicas sociales de los peces ángel. Era tan deliciosamente ajena a todo.

—Miren —dije, volviéndome hacia Emma con la voz quebrada—. No me merezco esto. Puedo tener compasión. Puedo soportar los murmullos de los otros padres. Todos saben que Rachel se ha ido. Lo saben. Pero Sophie… ella no entiende por qué. Ella solo sabe que su madre ya no está y que, mañana, será la única niña en su propia fiesta sin ella.

La expresión de Emma se suavizó; su actitud defensiva fue reemplazada por una profunda e inquietante tristeza.

—Lo que me pide… no es solo una mentira, señor Reed. Es una actuación. Y una cruel, cuando termina.

—Es más cruel dejarla sola —respondí, con más dureza de la que pretendía—. Es una semana. Digamos siete días. Viene a la fiesta. Se queda en nuestra casa de huéspedes. Es un edificio aparte. Completamente privado. Cenamos juntos algunas noches. Le lee un cuento. Y luego… se va de viaje. Un largo viaje de negocios. Nos lo tomaremos con calma. Yo… yo me encargaré. Lo prometo.

Estaba perdiendo el control, un torbellino de planes desesperados y mal concebidos. Podía ver la duda luchando contra la compasión en su rostro. Era maestra de kínder, me había dicho. Conocía a los niños. Sabía exactamente lo que le estaba pidiendo y lo destructivo que podía ser.

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