– La casa y el terreno están a nombre de nuestros padres, se consideran propiedad de la familia. Ahora que mi hermano ha fallecido, es justo que se redistribuya. Hay que repartirlo entre los hermanos, no se puede dejar que mi cuñada se quede con todo.
MI CUÑADA PERMANECIÓ EN SILENCIO
Vestía el traje de luto, con su largo cabello suelto, y sus manos temblaban mientras ofrecía la copa de agua.
No pronunció ni una palabra. Tampoco reaccionó.
La familia murmuraba:
– Vive a costa de la familia de su marido. – El hermano murió joven, la esposa es muda, así que esto es el fin…
Nos sentamos a discutir, e incluso alguien propuso vender la casa y dividirla en tres partes: una para mi cuñada, una para el tío menor y el resto a repartir entre los demás parientes.
Me sentí indignado, pero no supe qué decir. Todos pensaban que, como mi cuñada era muda, no entendía nada.
PERO JUSTO CUANDO TODOS ESTABAN A PUNTO DE FIRMAR LOS PAPELES PARA DIVIDIR LA CASA, ELLA HABLÓ
Se levantó, con los ojos enrojecidos, golpeó la mesa con la mano y estalló en llanto.
Su voz, ronca y entrecortada, pero claramente audible, dijo:
– ¡Esta casa… es el dinero de mi riñón que vendí para construirla…!
Toda la sala se quedó en un silencio de muerte.