Me queda un año de vida… ¡Cásate conmigo, dame un heredero y te quedarás con TODO!, dijo el granjero

Las palabras giraron en la cabeza de Clara como hojas atrapadas en un remolino: matrimonio, hijo, acuerdo, herencia. Tardó en recuperar la voz.

—¿Por qué yo? —logró murmurar.

—La observé cuando trabajó aquí hace unos meses —respondió Augusto—. Vi cómo trataba a todos con respeto. Supe de su tía enferma, de sus dificultades, de su honestidad. Y sé que sabe leer. Necesito a alguien que pueda criar a un niño con amor, no con ambición. Alguien que pueda aprender a manejar estas tierras cuando yo falte.

Le extendió un papel con los términos. Le dio una semana para responder.

Cuando Clara salió de la casa grande, la luz del mediodía le pareció demasiado blanca. Caminó de regreso a su casita con la sensación de estar sosteniendo una bomba entre las manos. Aquel papel podía salvar a Mercedes… y al mismo tiempo destrozar su propia alma.

Durante tres días, vivió en una especie de tormenta silenciosa. Cuidaba la huerta, cosía vestidos, preparaba la comida, pero su mente discutía consigo misma sin tregua.

“Es humillante. Sólo quiere tu vientre. Te está comprando”, pensaba una voz.
“Y sin embargo, ¿no es más humillante ver morir a tu tía, sin remedios, sin médico?”, respondía otra.

La noche del tercer día, la discusión terminó abruptamente. Clara oyó un golpe en el cuarto y corrió. Mercedes estaba en el suelo, con el pañuelo manchado de sangre, luchando por respirar. Su rostro pálido, los labios azulados, las manos crispadas de dolor.

—¡Tía! ¡Tía, por favor! —gritó Clara, intentando incorporarla.

En ese momento, con la muerte respirándole en la cara, entendió que su dignidad no podía estar por encima de la vida de la única familia que le quedaba. El orgullo no pagaba medicinas. La honra no curaba pulmones destrozados.

Cuando Mercedes, agotada, se durmió al fin, Clara salió al pequeño patio. El cielo estaba lleno de estrellas indiferentes. Extendió el papel frente a la luz temblorosa de la lámpara y lo leyó otra vez. No hablaba de promesas bonitas ni de sentimientos. Hablaba de hechos: casa, renta, médico, futuro para una posible criatura.

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