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Porque a mí me mandaron al pueblo…
Creyendo que era el final.
Pero el pueblo me devolvió con raíces.
Con fuego.
Y con alas.
💔 Parte 5: “El día de mi boda, alguien gritó: ‘¡Esa mujer no debe casarse!’… y lo que ocurrió después cambió todo”
La boda estaba programada para celebrarse en Umuchu, el mismo pueblo donde fui enviada por “fea”, por “sobrante”, por “vergüenza”.
Y sin embargo, allí estaba yo: con un vestido blanco de lino bordado a mano por mujeres rurales de nuestro programa, con flores silvestres en el cabello y el alma más firme que nunca.
Mi abuela no estaba, pero su retrato colgaba de un árbol baobab, donde todos podían verla.
Obinna me esperaba al final del pasillo, con los ojos llenos de amor y lágrimas contenidas.
Todo era perfecto.
Hasta que no lo fue.
Justo cuando el sacerdote pidió que alguien hablara “si tenía algo que impedir esta unión”, se escuchó un grito entre la multitud:
—“¡Esa mujer no debe casarse! ¡Esa boda es una mentira!”
El murmullo estalló como un enjambre.
Era un hombre anciano, alto, con túnica beige y bastón de madera negra. Nadie parecía conocerlo.
—“¿Quién es usted?” —pregunté, sin soltar la mano de Obinna.
El hombre me miró. Fijo. Como si me viera por dentro.
—“Soy el hermano de la mujer que te dio a luz… y traigo una verdad que tu padre se llevó a la tumba.”
Mi pecho se apretó.
Él continuó, mientras todos contenían el aliento.
—“Tu madre, Ejimma, no murió durante el parto como te dijeron… Fue envenenada.”
El mundo se cayó.
El viento se detuvo.
La tierra pareció abrirse bajo mis pies.
—“¿Qué… qué está diciendo?”
—“Tu padre… la mandó a callar. No podía permitir que su escándalo llegara a Lagos. Ella le escribió, rogándole que reconociera a su hija, pero él… eligió el silencio. Y la muerte.”
Mostró una carta.
La letra temblorosa.
El papel, amarillento.
La tomé con manos que ya no me respondían.
Era real.
Era… de ella.
“No quiero tu dinero. Solo quiero que sepa que fue concebida con amor. Que no es un error. Que merece vivir sin vergüenza.”
La carta estaba fechada tres días antes de su muerte.
Me temblaban las piernas. Obinna me sostuvo.
Mi madre adoptiva se puso de pie.