—“¡Eso no es verdad! ¡Yo no sabía nada de eso!”
Pero el anciano la interrumpió con una mirada dura:
—“Tú sabías. Tú recibiste esta carta también. Y la escondiste.”
Las cámaras de los medios empezaron a grabar.
Los invitados ya no sabían si estaban en una boda… o en una revelación histórica.
—“¿Por qué vienes ahora?” —pregunté, con la voz rota.
—“Porque tenía miedo. Pero luego vi lo que hiciste con tu nombre. Con tu fuego. Y comprendí que no debía seguir huyendo. Que ella merece justicia. Y tú… la verdad.”
**
La boda se canceló ese día.
No porque ya no hubiera amor…
Sino porque necesitaba espacio para respirar.
**
Una semana después, exhumamos el cuerpo de Ejimma.
El informe forense confirmó rastros de arsénico.
Mi padre murió años atrás, pero su legado de silencio cayó ese día… con estruendo.
**
Yo… no caí.
Al contrario, me levanté más alta.
Ofrecí una rueda de prensa. Sin lágrimas. Sin miedo.
—“Durante años, creí que no era suficiente. Luego, creí que ya había ganado. Pero hoy sé… que aún quedaba una batalla por librar: la de la verdad.”
**
Se reprogramó la boda tres meses después. Esta vez, fue en Lagos.
Y esta vez… no hubo objeciones.
Solo vítores.
**
Obinna y yo escribimos nuestros votos frente a más de 100 niñas huérfanas, a quienes ahora llamamos “Hijas del Fuego”.
Les enseñamos no solo a hacer productos, sino a contar su historia, con voz, con orgullo, y sin miedo.
**
Mi abuela me decía que el fuego debía mantenerse ardiendo.
Y ahora lo entiendo:
Arde para quemar lo injusto.
Arde para dar calor a quienes han sido excluidos.
Arde… para iluminar a las que vienen detrás.
Yo fui la niña enviada al pueblo por fea.
Ahora soy la mujer que regresó con el fuego de mil antepasadas ardiendo en la piel.
Y esta historia…
aún no ha terminado.