**
Pero el destino aún tenía una prueba más.
Durante una visita a Enugu, mi hermana Chika apareció en mi oficina.
Traía un sobre. Ojeras. Y una expresión rota.
—“Vine a decirte la verdad completa.”
Yo ya no sentía odio. Solo curiosidad.
—“No fui solo yo quien pidió enviarte al pueblo. Fue papá. Él… temía que tú representaras una amenaza para su legado.”
—“¿Una amenaza? ¡Era solo una niña!” —grité por primera vez en años.
—“Lo sé. Pero eras la más parecida a él. A su lado oscuro. A su error. Te vio como un espejo… y no pudo soportarlo. Por eso… te desterró.”
El silencio pesó.
Como un río que se desbordó hace mucho… pero que aún arrastra lodo.
Chika se arrodilló.
—“Perdón. No por lo que hice. Sino por lo que dejé que hicieran. Por quedarme callada.”
La ayudé a levantarse.
—“Tu silencio dolió más que sus gritos. Pero si tú puedes cargar con tu culpa, yo puedo liberar la mía.”
Y la abracé.
Porque ya no tenía que demostrar nada.
**
Hoy, Chika es directora de nuestro programa de reinserción laboral para mujeres marginadas.
Y yo… estoy comprometida con Obinna.
Nuestra boda será en Umuchu.
Donde todo comenzó.
Frente a la casa de barro.
Con niñas del pueblo como floristas.
Y mi abuela… en el altar, en forma de retrato.