“Me mandaron al pueblo porque era demasiado fea para casarme — 15 años después, regresé como la cara visible de su mayor empresa”

Soy la hija de una mujer que murió para darme vida.
La hija adoptiva de una mujer rota que al final encontró redención.
La nieta de una abuela ciega que vio en mí lo que nadie quiso ver.
Y la madre simbólica de todas aquellas niñas que aún buscan su fuego.

💔 Parte 4: “Mi rostro estaba en vallas de París, pero el pasado volvió a tocarme la puerta… con su nombre.”
Tres años después del lanzamiento de “Ejimma”, nos convertimos en una marca continental.
De Lagos a Nairobi. De Dakar a Johannesburgo. Incluso en París, la revista Elle Beauté nos nombró como “La revolución africana en la piel”.

Mi rostro —antes rechazado en su propia casa— ahora cubría paneles luminosos en Champs-Élysées.
Sin retoques. Sin filtros.
Con mis marcas tribales. Con mi sonrisa torcida.
Real. Poderosa. Visible.

**

En la cumbre “Black Women in Beauty” de Ginebra, fui invitada como oradora principal.
Mi discurso fue aplaudido de pie.

Y fue justo cuando bajé del escenario, que lo vi.
Un rostro del pasado.
Obinna.

Mi primer y único amigo de la infancia.
El único que me hablaba en secreto cuando mis hermanas se burlaban.
El que, una vez, me dio una flor seca y me dijo: “Tú también puedes florecer”.

Había desaparecido poco después de que me enviaran al pueblo. Nunca supe por qué.

—“Ugonna…”, murmuró, con los ojos brillantes.

—“Pensé que jamás volvería a verte”, dije yo.

—“Estuve en el extranjero… becado. Y luego… me avergoncé de no haberte buscado. No sabía cómo… con todo lo que te hicieron.”

Hablamos durante horas.
De nuestras infancias robadas.
De nuestras batallas.
De nuestras cicatrices.

Y de pronto, entre sonrisas y miradas largas…
Sentí algo que nunca había sentido antes: paz.

**

Obinna se convirtió en nuestro asesor legal internacional.
Pero, poco a poco, se convirtió en algo más.

Una noche en París, mientras caminábamos por el Sena, me dijo:

—“¿Sabes por qué me enamoré de ti, Ugonna?”

—“¿Por qué?”

—“Porque no esperaste a que el mundo te viera. Lo obligaste a hacerlo.”

Y me besó.
Y por primera vez, no me sentí “demasiado” nada.
Solo… suficiente.

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