Una lluviosa tarde de martes en el centro de Chicago, el Crystal Garden, un exclusivo restaurante conocido por recibir a políticos, famosos y directores ejecutivos, resplandecía bajo lámparas de araña y suelos de mármol. El aire olía a risotto de trufa, pato asado y vino importado.
En una mesa de la esquina estaba sentada Olivia Hartman, de treinta y un años, la magnate de la moda más joven de Estados Unidos que se ha hecho a sí misma. Envuelta en un elegante vestido de su propia marca y con diamantes en la muñeca, parecía la imagen misma del éxito. Pero tras su expresión serena se escondía un vacío que ningún lujo podía llenar.
Su tenedor estaba a medio camino de sus labios cuando una voz irrumpió entre la música y el parloteo:
“Disculpe, señora… ¿me da las sobras?”
El restaurante quedó en silencio. Olivia se giró. Un hombre estaba arrodillado junto a su mesa, empapado por la lluvia. Llevaba la chaqueta rota, los zapatos desparejados y la cara manchada de suciedad. Pero atados a su pecho llevaba a dos pequeños bebés, con las mejillas pálidas y los ojos demasiado cansados incluso para llorar.
Una madre soltera pobre le pidió sobras a un multimillonario: lo que sucedió después cambió sus vidas para siempre.