No, dijo automáticamente. Al menos piénsalo. Tienes tiempo. No, Carmen, he reconstruido mi vida. Tengo un trabajo, una rutina atendiendo mesas, dijo con genuina tristeza en su voz. Bal, naciste para bailar. Es lo que eres. Eso es lo que yo era. Antes de que Carmen pudiera responder, sonó mi teléfono. Miré la pantalla y vi un número desconocido. Disculpe, dijo contestando. Valentina, soy Santiago. Santiago Herrera. Mi corazón dio un vuelco. Carmen arqueó las cejas con curiosidad. ¿Cómo conseguiste mi número?
Le pregunté a María Elena. Espero que no te importe. Me preguntaba, ¿te gustaría almorzar conmigo hoy? Miré a Carmen, que me observaba con renovado interés. Tengo una visita en este momento. Ah, claro. ¿Qué te parece mañana entonces, después del trabajo, Santiago, yo, por favor, solo una charla. Prometo no hacer más propuestas de matrimonio locas. A pesar de todo, sonreí. Está bien, pero solo una conversación. Perfecto. Te recojo en el hotel a las 10. No, dijo rápidamente. Nos veremos en un lugar público.
Claro. ¿Conoces el café Tortoni? Lo sabía. Era el café más famoso de Buenos Aires en pleno centro histórico, público, seguro y neutral. A las 10:30. Perfecto. Nos vemos mañana. Valentina. Colgué el teléfono y encontré a Carmen mirándome con una sonrisa traviesa. ¿Quién era? Nadie, solo alguien que conocí en el trabajo. Un hombre que te invita a salir no es nadie. Val. Suspiré y me senté de nuevo a su lado. Es complicado. Cuenta. Y le conté sobre la noche anterior, sobre Santiago, sobre el baile, sobre la propuesta absurda y la conversación en el balcón.
Carmen me escuchó en silencio, pero vi como su expresión cambiaba mientras hablaba. Bal dije cuando terminé. Bailaste el tango en público por primera vez en dos años. Fue solo un baile. No fue solo un baile. Eras tú mismo otra vez, aunque solo fuera por unos minutos. Carmen, y ahora hay un hombre interesado en ti, un hombre que te vio bailar y quedó impresionado. Él no sabe quién soy realmente. Entonces, díselo. La sencillez de la sugerencia me sorprendió.
No puedo. ¿Por qué no? ¿Por qué? Me detuve buscando las palabras. Porque si te lo cuento, tendré que recordarlo todo. Y si lo recuerdo todo, querré bailar otra vez. Y si quiero bailar otra vez, ya verás como aún puedes. Terminó Carmen en voz baja. Nos sentamos en silencio, cada uno absorto en sus pensamientos. Afuera, la vida seguía como siempre, pero dentro de mi pequeño apartamento sentía que todo estaba a punto de cambiar de nuevo. Tienes razón, es inconsistente.
Corregiré esa parte para mantener la coherencia cronológica. El domingo llegó con una ansiedad que hacía tiempo que no sentía. Pasé toda la mañana cambiándome de ropa, sin saber qué ponerme para encontrarme con Santiago. No era una cita romántica, me repetía una y otra vez. Era solo una conversación, pero aún así quería verme presentable. Elegí un sencillo vestido azul marino, zapatos planos y un cardigan de punto. Nada demasiado llamativo, pero elegante. En el espejo vi a una mujer de 26 años intentando ocultar su nerviosismo tras una expresión serena.
El café Tortoni estaba ubicado en la Avenida de Mayo, un lugar histórico donde se reunían escritores famosos en el siglo pasado. Las paredes estaban decoradas con fotografías antiguas y el aire siempre olía a café fuerte y medialunas recién horneadas. Llegué unos minutos antes y elegí una mesa al fondo, lejos de las ventanas. Viejas costumbres. Siempre prefería sitios donde podía ver quién entraba sin que me detectaran fácilmente. Santiago llegó puntualmente a las 10:30. Vestía vaqueros oscuros y una sencilla camisa blanca sin corbata.
Parecía más joven, menos intimidante que con el smoking de la noche anterior. “Viniste”, dijo y sonó genuinamente sorprendido. “Prometí que vendría.” se sentó frente a mí, pidió un cortado al camarero y me observó durante un momento. “Te ves diferente”, dijo finalmente. Diferente en qué manera más tú mismo. Anoche, con tu uniforme parecías estar representando un papel. La observación me tomó por sorpresa. Era más perspicaz de lo que imaginaba. Todos desempeñamos papeles a veces”, dijo. Es cierto. Llevo tanto tiempo haciéndome el magnate arrogante que a veces olvido quién soy en realidad.